LA LAMENTABLE NOTICIA.
Al ser el único
de sus amigos que no se bañó se sentó debajo de la sombrilla mientras observaba
como se bañaban sus amigos, ese día el mar estaba muy bravo y la bandera era
roja. No dudó en levantarse y llevarles las toallas y tras una disputa sobre
quién iría al chiringuito a comprar agua, él se ofreció sin ningún problema.
Pero esa noche
como tantas otras se volvió a ir antes que todos nosotros tras estar la mayor
parte de la noche en la esquina de la barra. A pesar de dejarlo todas las
noches elegir el sitio a dónde ir nunca tenía ninguna propuesta, siempre
aceptaba las nuestras. Tampoco ponía un pie en la pista, según decía no sabía
bailar y no haría el ridículo intentándolo.
Ya con el pijama
puesto y abriendo la cama para acostarse, sonó su móvil. Su primera y única
novia lo volvía a llamar tras haberlo dejado y no de muy buenas maneras. Su
corazón se empezó a acelerar y sus manos a temblar. Decidió no cogerlo,
silenció su móvil y lo volvió a dejar en su mesita de noche, difícil le
resultaría coger el sueño esa noche.
A la mañana
siguiente, se despertó una hora antes de que su despertador sonara, los nervios
no le permitían pasar un minuto más en la cama. Lo primero que hizo fue mirar
su móvil, no había recibido otra llamada y tras arreglarse se marchó al
trabajo.
Las dudas se le
atropellaban en su pensamiento: no entendía como su ex novia era capaz de
llamarlo después de lo ocurrido la última vez que la vio, y tras mucho pensarlo
decidió llamarla, a pesar de haberse jurado no volver a tener contacto nunca
más con ella. Pero cuando iba a hacerlo el pulso le volvió a temblar y su
inseguridad volvió a hacer acto de presencia: no la llamaría, pero sí le
mandaría un mensaje: <<¿Por qué me llamas?>>. Estuvo esperando una
respuesta todo el día hasta que llegó: <<Me gustaría que nos
viéramos>>. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero por primera vez
tuvo el valor de responder: <<No me busques ni me llames. No quiero saber
nada de ti>>. Tras dirigirse al sofá y poner la tele se quedó dormido
intentando comprender porque ya no sentía un nudo en la garganta al recordar
ese día: el día en que la mujer a la que más quería lo dejó plantado en el
altar sin ninguna explicación.
Estaba
dispuesto a no atormentarse. Sabía que había hecho lo correcto, pero no era su
condición contestar de esa manera. A pesar de lo reservado que era necesitaba
hablar con alguien y esa persona era su amigo Rafael. Quedaron para comer y no
en otro sitio que en el más barato de la ciudad, donde en la entrada se puede
apreciar una gran ‘M’ mayúscula de color amarillo, donde los niños disfrutan de
la comida basura que sirven, de los globos de colores, de los juguetes que te
regalan con el menú y de los túneles que hay en la sala de juegos. En cualquier
otra ciudad del mundo por remota que esta fuese, podrían haberse citado en el
mismo sitio con el mismo aspecto y no por la reputada calidad de lo que
servían. Después de sentarse tras la gran dificultad de poder encontrar un
sitio, le contó lo ocurrido a su amigo. No esperaba esa reacción por parte de
él, esa expresión de aceptación, como si ya supiera todo lo ocurrido, Rafael
tan solo añadió: <<Siempre te dije que esa mujer era una harpía y por lo
tanto, no me sorprende lo que me cuentas>>. Y tras darle un sorbo a su
refresco, Oliver le dijo a su amigo que quizás su ex lo necesitaba, que podía
tener algún problema.
—Hasta ahora me habías sorprendido, sé cómo eres, y eres incapaz de responder
de esa manera, creo que es la primera vez que te veo hacerlo y me parece que es
lo mejor que podías hacer, pero me parece increíble que sientas compasión por
una tipa que no dudó en dejarte con dos palmos de narices en el altar—dijo
Rafael.
—Lo sé, debería de darme igual lo que le pasara y de verdad te digo que el
pulso no me tembló al mandar el mensaje y tampoco me arrepiento, pero la duda
si la tengo—dijo Oliver.
—Normal que la tengas, pero esa mujer marcó el punto y final de vuestra
historia el día que se largó, así que como amigo te aconsejo y prácticamente te
ordeno que ni hagas, ni pienses, ni dediques un minuto de tu tiempo en algo que
tenga que ver con ella—sentenció Rafael.
La
reflexión de su amigo le ayudó a asentar su seguridad y la satisfacción por no
haber actuado como el pardillo de siempre. Tras hablar un rato de sus
respectivos trabajos, recogieron sus bandejas y se despidieron con un fuerte
abrazo como de costumbre.
Cuando llegó a
casa, ella estaba tumbada en el sofá; dormía como una niña pequeña, dormida
estaba aún más hermosa. Se sentó junto a ella y se puso a ver la televisión.
Nada más sentarse escuchó que el móvil de Sonia, su ex novia, sonaba en el
cuarto y corriendo fue a cogerlo a pesar de que a ella no le gustaba que le
tocaran su móvil. Lo cogió y tras decir: <<¿Sí? ¿Dígame?>>, le
colgaron. No le dio importancia a ese detalle pero sí a la gran cantidad de
mensajes sin leer de ese mismo número: <<¿Te viene bien a las doce en la
estación? ¿Se lo has contado? ¿Estás segura de lo que vas a hacer?>>. A
Oliver no le resultó normal que su novia recibiera ese tipo de mensaje de una
persona a la que no conocía y a la que no tenía guardada. Cuando Sonia se
despertó, Oliver ya se había duchado y había preparado la cena. Pero a pesar
del intento de Oliver por disimular su preocupación, Sonia notó que algo le
pasaba y tras varias preguntas se lo sacó. Al principio se enfadó por haberle
cogido el móvil, pero al ver la rabia que intentaba disimular Oliver, le
explicó que era una amiga que se había ido a Italia a estudiar, que venía a
pasar unos días a España y que no había guardado su número porque lo había
cambiado hace poco y con el ajetreo de la boda no lo había registrado. Oliver
se conformó y creyó a su novia, estaban a dos días de su boda y no tenía porque
mentirle. El enfado les duró poco, cenaron y se acostaron. Oliver recordaba
este día casi seguro de que ese número no guardado podría haber sido la causa
de su plantón. Y ahora la pregunta era: ¿Tendría también algo que ver ese número
con la llamada de Sonia después de dos años?
Harto de tener
esa duda, marcó el número que no hacía falta ni mirar en la agenda, pues se lo
sabía de carrerilla. Tenía que hacerlo, no aguantaba más esa duda. Sonaron
cuatro tonos y tras el quinto, el contestador. Tras la posibilidad de dejarle
un mensaje, no lo hizo. Colgó, en un rato lo volvería a intentar. Oliver no
solo iba a resolver su duda, sino que le aclararía muchas cosas, estaba
decidido a reprocharle el abandono y el daño de esos dos años. Su segundo
intento volvió a tener el mismo resultado por lo que llamó a Paula, la mejor
amiga de Sonia, nadie mejor que ella sabría cómo localizarla. Marcó el número y
una voz se escuchó al otro lado del teléfono:
—¿Sí?—contestó Paula.
—¿Paula?
—Sí, ¿quién eres?—contestó triste.
—Oliver—respondió nervioso.
—¿Oliver?—preguntó Paula
asombrada.
—Sí, Oliver.
—¿Qué quieres? No entiendo porqué
me llamas.
—Siento molestarte, pero quería
saber dónde puedo encontrar a Sonia.
—¿A Sonia? —dijo Paula desconcertada
con un nudo en la garganta.
—Sí, hace una semana que me llama
para hablar pero no he querido saber nada.
—Oliver ven a mi casa, tengo algo
para ti.
—Está bien, ¿vives donde siempre
no?
—Sí, claro—respondió Paula a
punto de romper a llorar.
Oliver nervioso
se dirigió a casa de Paula y en menos de cinco minutos se encontraba en su
puerta. Llamó al timbre y la puerta se abrió. Paula llena de lágrimas se le
abalanzó, abrazándolo y desolada se dejó caer en sus brazos. Oliver no entendía
nada y tras preguntar tres veces qué le pasaba, Paula respondió:
—Oliver, Sonia se ha ido.
—¿Cómo que Paula se ha ido?
¿Adónde? —preguntó Oliver sin entender nada. Cogiéndole la cara con las dos
manos y mirándole a los ojos le respondió:
—Oliver, Paula ha muerto.
Oliver no podía
creer lo que estaba escuchando, un sudor frío le recorrió el cuerpo, la vista
se le nubló y su cuerpo empezó a temblar hasta que se desmayó. Cuando se
despertó se encontraba tumbado en el sofá. Paula le apretaba la mano muy fuerte,
aterrorizada. La presión y la noticia habían podido con él. A su izquierda se
encontraba Rafael, su amigo, al que Paula había llamado para que la ayudara.
Oliver solo le pidió a Paula que le explicara todo:
—Oliver a Sonia le descubrieron
un cáncer terminal en el cerebro hace cuatro meses. Al principio pensaban que
podría tener cura, pero hará un mes le dijeron que le quedaban tan solo tres
semanas de vida. Oliver, Sonia cuando te abandonó se fue con un muchacho con el
que ya llevaba tiempo hablando y con el que tú viste conversaciones, según me
contó ella. Se fueron a vivir a Madrid unos seis meses y luego volvieron aquí.
Vivían al final de esta calle y al mes de comprar el piso, se quedó embarazada;
llegó Daniela una niña preciosa que apenas tiene meses. Oliver, Sonia siempre
se arrepintió de lo que te hizo, de hecho cuando se enteró de que su enfermedad
no tenía remedio, fue a ti al primero que llamó, necesitaba aclarártelo todo.
Oliver empezó a
llorar desconsoladamente, lamentándose por no haber aceptado la llamada.
—No lo puedo creer. Le colgué el
móvil una y otra vez—dijo Oliver.
—Oliver, ella lo entendió, sabía
que tu reacción era normal y hasta el último momento estuvo nombrándote. Me
dejó esto para ti—se levantó y abrió una caja que estaba junto al televisor,
sacó un sobre y se lo entregó a Oliver. Sin parar de llorar, abrió la carta y
comenzó a leer:
Oliver
si estás leyendo esta carta es porque probablemente ya no esté entre vosotros.
Entiendo que no hayas querido saber nada de mí, pero quiero que sepas que
fuiste una de las primeras personas en la que pensé cuando me dieron la noticia
de que mi vida se acababa. Lamento mucho lo que te he hecho pasar, de haber
llevado todo hasta tal extremo. En los años que estuve contigo no tuve ninguna
queja de ti. Me tratabas como una reina y me querías como a nadie. Yo sin
embargo no puedo afirmar lo mismo, pero te aprecio muchísimo y por eso me he
arrepentido cada día de lo que hice. Ahora me despido diciéndote que seas muy
feliz, que te quieran tanto como te mereces y que gracias por esos cuatro años
tan maravillosos. Estaré cuidándote desde donde esté. No quiero que sufras, yo
he sido muy feliz gracias a todos los que os quedáis.
Gracias
por todo.
Sonia.
Lucía Saa Kurz (Sevilla)