FRASES PARA REFLEXIONAR

"Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad". Paul Auster



lunes, 14 de julio de 2014

POETICA PUPILUUM (VI)


LOCURA EN LA OSCURIDAD.


Se dejó caer durante miles y miles de kilómetros. Antes de saltar se envolvió en aquella capa desgarrada pero acogedora a la que una y mil veces se aferró; por la que luchó tan fieramente que jamás nadie consiguió evitar que creciera más y más, hasta hacerse tan grande que sus contornos fueran imposibles de determinar; se convirtió en lo único que nadie podría jamás arrebatarle.
Y saltó, y se dejó caer en aquel vació tan insondable como la noche, como sus sentimientos, como aquel tesoro al que se aferraba sabiendo que sería y fue lo único que le daría resguardo del sol, la lluvia, y el hambre; se aferró a aquella oscuridad con tanta fuerza que no dejaba de deslizarse junto a ella, sin siquiera rozarla, o concederle la libertad de escapar de sí y de todo aquello.
De alguna forma, la oscuridad la envolvía, y al hacerlo penetraba en su mente y en su corazón, conociéndola incluso más de lo que ella se conocía a sí misma. De alguna forma, la oscuridad sintió tanto miedo de que aquel ser, tan bello en sí mismo, tan maravilloso, tan impensablemente dulce dejara escapar por cada poro su genialidad incomprendida, que la invitó a su salvación. Le preguntó por qué se asomaba al fin con tantos anhelos incumplidos, por qué esperaba tanto de algo certeramente tan vacío.
Ella cerró los ojos, e invocó en su mente a cada maravilloso ser que había ayudado a constituir su belleza y, en ella, aquella capa de conocimiento.
La oscuridad, intentó parecer impasible, pero la sorprendió el saberse tan dichosa de poder salvar a la bella criatura simplemente invocando un insano recuerdo eterno. La abandonó por unos instantes, dejando en la muchacha un sentimiento tan desdichado como el de todas las anteriores pérdidas, sin embargo, al instante una luz la irradió y pudo distinguir sobre ella aquellos contornos de esa figura que para ella era tan conocida como su propio cuerpo. La luz la cegó, y se sintió completa. Aquellas manos que tantas veces había recorrido con las suyas, aquellos brazos que tantas veces la rodearon, e incluso, aquel corazón que tantas veces sintió latir sobre su pecho, la rodearon nuevamente, tal como la oscuridad había hecho.
Pero aquella oscuridad ya no estaba. Se había convertido en luz, cegándola, dejándola ver cada capa de cielo que atravesaba, haciéndola temer, volverse loca, preguntarse qué hacía allí. Sin embargo, aquel corazón alguna vez tan ajeno que retumbó en sus oídos desde otro pecho despejó sus temores, respondió sus preguntas, y la hizo comprender, que aquella locura, era el más bello y sano regalo que la oscuridad supo darle.

Caminante Soñador (Argentina).

domingo, 13 de julio de 2014

POETICA PUPILUUM (V)


LA LAMENTABLE NOTICIA.

 

Al ser el único de sus amigos que no se bañó se sentó debajo de la sombrilla mientras observaba como se bañaban sus amigos, ese día el mar estaba muy bravo y la bandera era roja. No dudó en levantarse y llevarles las toallas y tras una disputa sobre quién iría al chiringuito a comprar agua, él se ofreció sin ningún problema.
Pero esa noche como tantas otras se volvió a ir antes que todos nosotros tras estar la mayor parte de la noche en la esquina de la barra. A pesar de dejarlo todas las noches elegir el sitio a dónde ir nunca tenía ninguna propuesta, siempre aceptaba las nuestras. Tampoco ponía un pie en la pista, según decía no sabía bailar y no haría el ridículo intentándolo.

 

Ya con el pijama puesto y abriendo la cama para acostarse, sonó su móvil. Su primera y única novia lo volvía a llamar tras haberlo dejado y no de muy buenas maneras. Su corazón se empezó a acelerar y sus manos a temblar. Decidió no cogerlo, silenció su móvil y lo volvió a dejar en su mesita de noche, difícil le resultaría coger el sueño esa noche.
A la mañana siguiente, se despertó una hora antes de que su despertador sonara, los nervios no le permitían pasar un minuto más en la cama. Lo primero que hizo fue mirar su móvil, no había recibido otra llamada y tras arreglarse se marchó al trabajo.
Las dudas se le atropellaban en su pensamiento: no entendía como su ex novia era capaz de llamarlo después de lo ocurrido la última vez que la vio, y tras mucho pensarlo decidió llamarla, a pesar de haberse jurado no volver a tener contacto nunca más con ella. Pero cuando iba a hacerlo el pulso le volvió a temblar y su inseguridad volvió a hacer acto de presencia: no la llamaría, pero sí le mandaría un mensaje: <<¿Por qué me llamas?>>. Estuvo esperando una respuesta todo el día hasta que llegó: <<Me gustaría que nos viéramos>>. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero por primera vez tuvo el valor de responder: <<No me busques ni me llames. No quiero saber nada de ti>>. Tras dirigirse al sofá y poner la tele se quedó dormido intentando comprender porque ya no sentía un nudo en la garganta al recordar ese día: el día en que la mujer a la que más quería lo dejó plantado en el altar sin ninguna explicación.

 

Estaba dispuesto a no atormentarse. Sabía que había hecho lo correcto, pero no era su condición contestar de esa manera. A pesar de lo reservado que era necesitaba hablar con alguien y esa persona era su amigo Rafael. Quedaron para comer y no en otro sitio que en el más barato de la ciudad, donde en la entrada se puede apreciar una gran ‘M’ mayúscula de color amarillo, donde los niños disfrutan de la comida basura que sirven, de los globos de colores, de los juguetes que te regalan con el menú y de los túneles que hay en la sala de juegos. En cualquier otra ciudad del mundo por remota que esta fuese, podrían haberse citado en el mismo sitio con el mismo aspecto y no por la reputada calidad de lo que servían. Después de sentarse tras la gran dificultad de poder encontrar un sitio, le contó lo ocurrido a su amigo. No esperaba esa reacción por parte de él, esa expresión de aceptación, como si ya supiera todo lo ocurrido, Rafael tan solo añadió: <<Siempre te dije que esa mujer era una harpía y por lo tanto, no me sorprende lo que me cuentas>>. Y tras darle un sorbo a su refresco, Oliver le dijo a su amigo que quizás su ex lo necesitaba, que podía tener algún problema.
—Hasta ahora me habías sorprendido, sé cómo eres, y eres incapaz de responder de esa manera, creo que es la primera vez que te veo hacerlo y me parece que es lo mejor que podías hacer, pero me parece increíble que sientas compasión por una tipa que no dudó en dejarte con dos palmos de narices en el altar—dijo Rafael.
—Lo sé, debería de darme igual lo que le pasara y de verdad te digo que el pulso no me tembló al mandar el mensaje y tampoco me arrepiento, pero la duda si la tengo—dijo Oliver.
—Normal que la tengas, pero esa mujer marcó el punto y final de vuestra historia el día que se largó, así que como amigo te aconsejo y prácticamente te ordeno que ni hagas, ni pienses, ni dediques un minuto de tu tiempo en algo que tenga que ver con ella—sentenció Rafael.
La reflexión de su amigo le ayudó a asentar su seguridad y la satisfacción por no haber actuado como el pardillo de siempre. Tras hablar un rato de sus respectivos trabajos, recogieron sus bandejas y se despidieron con un fuerte abrazo como de costumbre.

 

Cuando llegó a casa, ella estaba tumbada en el sofá; dormía como una niña pequeña, dormida estaba aún más hermosa. Se sentó junto a ella y se puso a ver la televisión. Nada más sentarse escuchó que el móvil de Sonia, su ex novia, sonaba en el cuarto y corriendo fue a cogerlo a pesar de que a ella no le gustaba que le tocaran su móvil. Lo cogió y tras decir: <<¿Sí? ¿Dígame?>>, le colgaron. No le dio importancia a ese detalle pero sí a la gran cantidad de mensajes sin leer de ese mismo número: <<¿Te viene bien a las doce en la estación? ¿Se lo has contado? ¿Estás segura de lo que vas a hacer?>>. A Oliver no le resultó normal que su novia recibiera ese tipo de mensaje de una persona a la que no conocía y a la que no tenía guardada. Cuando Sonia se despertó, Oliver ya se había duchado y había preparado la cena. Pero a pesar del intento de Oliver por disimular su preocupación, Sonia notó que algo le pasaba y tras varias preguntas se lo sacó. Al principio se enfadó por haberle cogido el móvil, pero al ver la rabia que intentaba disimular Oliver, le explicó que era una amiga que se había ido a Italia a estudiar, que venía a pasar unos días a España y que no había guardado su número porque lo había cambiado hace poco y con el ajetreo de la boda no lo había registrado. Oliver se conformó y creyó a su novia, estaban a dos días de su boda y no tenía porque mentirle. El enfado les duró poco, cenaron y se acostaron. Oliver recordaba este día casi seguro de que ese número no guardado podría haber sido la causa de su plantón. Y ahora la pregunta era: ¿Tendría también algo que ver ese número con la llamada de Sonia después de dos años?

 

Harto de tener esa duda, marcó el número que no hacía falta ni mirar en la agenda, pues se lo sabía de carrerilla. Tenía que hacerlo, no aguantaba más esa duda. Sonaron cuatro tonos y tras el quinto, el contestador. Tras la posibilidad de dejarle un mensaje, no lo hizo. Colgó, en un rato lo volvería a intentar. Oliver no solo iba a resolver su duda, sino que le aclararía muchas cosas, estaba decidido a reprocharle el abandono y el daño de esos dos años. Su segundo intento volvió a tener el mismo resultado por lo que llamó a Paula, la mejor amiga de Sonia, nadie mejor que ella sabría cómo localizarla. Marcó el número y una voz se escuchó al otro lado del teléfono:
—¿Sí?—contestó  Paula.
—¿Paula?
—Sí, ¿quién eres?—contestó  triste.
—Oliver—respondió nervioso.
—¿Oliver?—preguntó Paula asombrada.
—Sí, Oliver.
—¿Qué quieres? No entiendo porqué me llamas.
—Siento molestarte, pero quería saber dónde puedo encontrar a Sonia.
—¿A Sonia? —dijo Paula desconcertada con un nudo en la garganta.
—Sí, hace una semana que me llama para hablar pero no he querido saber nada.
—Oliver ven a mi casa, tengo algo para ti.
—Está bien, ¿vives donde siempre no?
—Sí, claro—respondió Paula a punto de romper a llorar.
Oliver nervioso se dirigió a casa de Paula y en menos de cinco minutos se encontraba en su puerta. Llamó al timbre y la puerta se abrió. Paula llena de lágrimas se le abalanzó, abrazándolo y desolada se dejó caer en sus brazos. Oliver no entendía nada y tras preguntar tres veces qué le pasaba, Paula respondió:
—Oliver, Sonia se ha ido.
—¿Cómo que Paula se ha ido? ¿Adónde? —preguntó Oliver sin entender nada. Cogiéndole la cara con las dos manos y mirándole a los ojos le respondió:
—Oliver, Paula ha muerto.
Oliver no podía creer lo que estaba escuchando, un sudor frío le recorrió el cuerpo, la vista se le nubló y su cuerpo empezó a temblar hasta que se desmayó. Cuando se despertó se encontraba tumbado en el sofá. Paula le apretaba la mano muy fuerte, aterrorizada. La presión y la noticia habían podido con él. A su izquierda se encontraba Rafael, su amigo, al que Paula había llamado para que la ayudara. Oliver solo le pidió a Paula que le explicara todo:
—Oliver a Sonia le descubrieron un cáncer terminal en el cerebro hace cuatro meses. Al principio pensaban que podría tener cura, pero hará un mes le dijeron que le quedaban tan solo tres semanas de vida. Oliver, Sonia cuando te abandonó se fue con un muchacho con el que ya llevaba tiempo hablando y con el que tú viste conversaciones, según me contó ella. Se fueron a vivir a Madrid unos seis meses y luego volvieron aquí. Vivían al final de esta calle y al mes de comprar el piso, se quedó embarazada; llegó Daniela una niña preciosa que apenas tiene meses. Oliver, Sonia siempre se arrepintió de lo que te hizo, de hecho cuando se enteró de que su enfermedad no tenía remedio, fue a ti al primero que llamó, necesitaba aclarártelo todo.
Oliver empezó a llorar desconsoladamente, lamentándose por no haber aceptado la llamada.
—No lo puedo creer. Le colgué el móvil una y otra vez—dijo Oliver.
—Oliver, ella lo entendió, sabía que tu reacción era normal y hasta el último momento estuvo nombrándote. Me dejó esto para ti—se levantó y abrió una caja que estaba junto al televisor, sacó un sobre y se lo entregó a Oliver. Sin parar de llorar, abrió la carta y comenzó a leer:
Oliver si estás leyendo esta carta es porque probablemente ya no esté entre vosotros. Entiendo que no hayas querido saber nada de mí, pero quiero que sepas que fuiste una de las primeras personas en la que pensé cuando me dieron la noticia de que mi vida se acababa. Lamento mucho lo que te he hecho pasar, de haber llevado todo hasta tal extremo. En los años que estuve contigo no tuve ninguna queja de ti. Me tratabas como una reina y me querías como a nadie. Yo sin embargo no puedo afirmar lo mismo, pero te aprecio muchísimo y por eso me he arrepentido cada día de lo que hice. Ahora me despido diciéndote que seas muy feliz, que te quieran tanto como te mereces y que gracias por esos cuatro años tan maravillosos. Estaré cuidándote desde donde esté. No quiero que sufras, yo he sido muy feliz gracias a todos los que os quedáis.

Gracias por todo.

Sonia.

Lucía Saa Kurz (Sevilla)

POETICA PUPILUUM (IV)


UNA COSA DE LA FAMILIA.


CAPÍTULO I

El olor a barbacoa inundaba todo el patio y el leve viento que había no hacía más que esparcirlo por todos los rincones de la casa. El murmullo no tenía mucho volumen pero era igual de incordiante que el de los restaurantes atestados de gente. Todo el mundo estaba en las mesas del patio charlando animadamente, ignorando a aquel niño sentado a la sombra del árbol más alejado de las mesas. Él los observaba cuidadosamente. Veía sus gestos, el movimiento de las bocas, la forma en que los hombros se les agitaban cuando se reían... Más allá, detrás de esas personas, estaban sus padres. Para él, hacían la pareja perfecta. La preciosa sonrisa de su madre cuando veía a su padre era algo que nunca iba a olvidar. A pesar de que no hablase mucho con ellos, los quería de aquí hasta la luna y un poquito más allá.
Su madre se giró y le pilló observándola; sonrió y le indicó que se acercase. Él no quería. No quería ir con toda esa gente que gritaba mucho, que hacían muchas preguntas y que lo hacían sentirse incómodo. No le gustaban mucho las personas a excepción de sus padres y, algunas veces, su hermana. La gente que normalmente visitaba a sus padres siempre conseguía que su padre le riñese. <<Tienes que hablar más>>, le decía, <<Sólo quieren conocerte>>. Pero él no quería que ellos lo conocieran. Intentaba complacerlos sonriéndoles, ofreciéndoles galletas (nunca sus favoritas) y el mando de la tele. Más no podía hacer.
Cuando intentaba hablar un poco más, acababa en su cuarto al borde de las lágrimas, preguntándose si sus padres pensarían lo mismo de él. Eres muy callado, usa colores más alegres, péinate de otra manera, deberías parecerte más a tu hermana... Muchos cumplidos, podríamos decir. Siempre lograban que se preguntase muchas cosas, que se viese al espejo y empezase a notar esos defectos que mencionaban tanto. Lo curioso era que esa gente nunca le decía esas cosas delante de sus padres. Pero él no se atrevía a contárselo por miedo a que no le creyesen. Esa gente también tenía hijos, y esos niños eran iguales o peor que ellos. Cuando, por obligación, iba a jugar con ellos, acababan llamándole aguafiestas o aburrido. Su forma de divertirse consistía en tirarse al río desde una roca alta, ir al bosque a buscar nidos de serpientes, subirse a un árbol e intentar llegar al punto más alto... Él nunca quería hacer esas cosas porque pensaba que eran peligrosas, que alguien podía salir herido. Si ellos querían arriesgarse, allá ellos, pero él prefería tener todos sus miembros intactos.
Algunas veces jugaban a cosas más comunes, como a la pelota o al escondite, pero eso tampoco le emocionaba o le llamaba la atención. En realidad, nada llamaba su atención. Al menos, nada de lo que les gustaba a los demás niños. A él le gustaban más los libros y los documentales que pasaban por la tele, aunque los más interesantes los echaban cuando él ayudaba a su madre a limpiar la casa, todos los días a la misma hora. Algunas veces, si tenía hecho los deberes más temprano (si no, los hacía más tarde, pero siempre los hacía) su madre le dejaba ver los documentales. Normalmente veía sólo la mitad, porque al final acababa sintiéndose culpable, ya que él era el único que la ayudaba; su hermana no hacía nada (o nunca estaba en casa) y su padre llegaba muy tarde del trabajo. Aunque aún era sólo un niño, ya tenía claro que todo lo que hiciese en la vida lo haría por su madre.
Finalmente, se levantó del césped, se sacudió el polvo y se dirigió hacia donde estaba su madre. Ella le dio un beso y le dijo que alegrase esa cara, pero con un tono dulce, como siempre. Su madre le observó con ojos llenos de compasión, y, exhalando un gran suspiro, le dijo que podía irse a su habitación. Él sonrió, le dio un beso y justo cuando iba a subir las escaleras tocaron el timbre.
—¡Cariño, abre tú, por favor!—gritó su madre.
Se dirigió a la puerta no muy alegre, pero cuando la abrió, su opinión cambió totalmente. Delante de él se encontraba la niña con los ojos más bonitos que había visto en su vida.

Melissa Urcuyo Obando (Sevilla)

POETICA PUPILUUM (III)

SANGRE, ALCOHOL, TABACO Y GASOLINA.
Aún no lo entiendo. ¿Por qué me sigue la policía? Solo recuerdo que anoche estaba bebiendo en un bar y de un momento a otro me encontré en esta situación: me despierto esta mañana con un dolor de cabeza terrible, percibo un olor asqueroso. ¡Oh Dios, soy yo! El olor es una mezcla de alcohol, tabaco y gasolina. <<¿Qué ocurrió anoche?>>, me pregunto en voz baja tratando de recordar. <<¿Porqué no me acuerdo de nada?¿Dónde estoy? No reconozco este lugar>>. Parecía la habitación de un motel cutre. Bajé las escaleras para interrogar al recepcionista, pero su puesto estaba vacío, así que decidí salir a la calle para ubicarme. De repente un policía me miró asombrado y gritó: <<¡Es él!>>. Así empezó mi persecución. Sin saber por qué, eché a correr, crucé numerosas calles, tropecé con varias personas tirando a algunas al suelo hasta que llegué a una calle conocida, que no estaba lejos de mi casa. Y aquí me encuentro en la puerta de mi edificio. Recojo el periódico de mi buzón y mientras subo las escaleras hasta mi piso leo la portada: "Encontrada muerta y quemada esta madrugada a una joven de 25 años de edad".  Abro la puerta de mi piso. ¿Qué es esto? ¡Está todo lleno de sangre! ¿El asesino soy yo?. No supe qué hacer. <<¡Oh, mierda!>>, exclamé desconcertado. <<No creo que yo sea el responsable de todo esto. Debe  ser un error>>, me dije tratando de tranquilizarme. <<¡Joder, joder!>>, me repetí contrariado. ¿Qué puedo hacer?Ahora entiendo por qué me seguía la policía. No recuerdo nada. Justo entonces escuché por primera vez aquella voz que me hablaba dentro de la cabeza: <<Tranquilo, tranquilo. No te preocupes. Todo se solucionará. Lo que hemos hecho. Es solo el comienzo>>. ¿Pero quién demonios eres? ¿A qué te refieres con que "es solo el comienzo"? ¿De qué me estás hablando? Asustado, entro al servicio y me lavo la cara. Creía que todo lo que había escuchado eran alucinaciones, pero al levantar la cabeza observo en el espejo a un hombre cuya apariencia es espeluznante. Inmediatamente me di la vuelta para observar quién estaba tras de mí. Sin pensármelo dos veces, salgo corriendo al ver a ese ser extraño. <<¿Cómo es posible que este ocurriendo todo esto?>>, me preguntaba en voz alta. Al salir del edificio me encuentro con un buen amigo y le explico todo lo sucedido.
—Lo vi con mis propios ojos—le digo excitado—, su rostro era..... era espantoso: los ojos rojos, la piel pálida… y… y… la manera de mirarme—le explico muy nervioso. Por supuesto, él tampoco lo podía creer.
—¡Pero, ¿qué me estás contando?! Estás blanco como la pared—dice asombrado—, mira, será mejor hablar de esto en otro momento.
—Está bien—acepto—¿Dónde quieres que nos veamos?
—Escucha, ¿qué te parece si nos vemos mañana en la avenida de Times Square junto a la avenida Broadway y la Séptima Avenida y me cuentas todo lo sucedido? ¿Entendiste?
—Sí, entiendo—le digo—. ¿A las seis menos cuarto te parece bien?
—No te preocupes—me tranquiliza—, llegaré a esa hora.
Como era de esperar, aquel <<No te preocupes, llegaré a esa hora>> lo dice por decir. Siempre me hace lo mismo: me promete que llegará puntual y tarda más de lo que dice. Por fin llega.
—Hola—me saluda y se disculpa por el retraso—. Lamento haber llegado tarde, pero.... estaba tratando de averiguar algo sobre lo que me contaste ayer y necesito más información.
—Está bien—acepto sus disculpas y su propuesta—. Aparte de lo que ya te conté, te puedo decir que su voz era idéntica a la mía. <<Tranquilo, tranquilo>>, escuché que me decía. Y añadió: <<No te preocupes. Lo que hemos hecho es solo el principio>>, o algo así.
—Escucha—dice conciliador—. Todo lo que me estás diciendo sé que es verdad, pero, ¿no estarás exagerando las cosas? Yo he investigado sobre hechos paranormales y si te soy sincero no encontré ningún caso relacionado con tu problema—dice con convencimiento—. Creo que....todo lo ocurrido eran solo ilusiones tuyas. Debiste haberlo imaginado.
—¡No, no!—se  lo repito—. Todo lo que te he contado es cierto; absolutamente todo. Si hubiese sido imaginación mía, lo que ocurrió en aquella habitación no sería real…—digo muy contrariado—…Todo estaba lleno de sangre… un olor a gasolina y alcohol…
—Bueno, eso no tiene explicación—dice reflexionando—¿Tú estabas beodo?¿Tomaste algún tipo de droga?
—¡No, no!—replico contundente—. No tomé ningún tipo de droga, solo alcohol. Y sobre la gasolina... no sé cómo llego allí.
—Tal vez sea una entidad oscura de algún recuerdo del pasado y que ahora busque venganza.
—Pero, ¿qué me estás contando?—digo con incredulidad, pero sin llegar a descartar su hipótesis—No creo que sea eso. Debe de ser una casualidad.
—Casualidad, coincidencia, ¿quién sabe?
—Mira, yo creo que todo esto tiene que tener un principio y un fin, y trataré de descubrirlo. Me llevará días…semanas, incluso meses—digo rectificándose a mí mismo—, pero llegaré al final de todo esto y cuando lo haga te demostraré que lo que yo decía era verdad.
—Está  bien—acepta a regañadientes—. Si tú quieres averiguarlo por tu cuenta, te deseo lo mejor, pero yo creo que todo esto es un simple malentendido y que no encontrarás respuestas—dice muy y se marcha.
—Como tú quieras. ¡Gracias por tu ayuda!.
A la mañana siguiente me pongo en marcha y trato de recordar cosas de mi pasado. No podía creerlo, pero lo que encontré fue increíble. <<Hijo, recuerda que cuando seas mayor tendrás que enfrentarte a tus miedos y a una maldición que ha permanecido en nuestra familia durante siglos>>, parece que estoy oyendo la voz de mi madre pronunciando aquella frase. Ahora entiendo la extraña muerte que tuvo mi padre. No pudieron resolver su caso nunca. Debió ser aquella maldición. Si no hago algo ahora mismo, estaré en peligro. Pero… ¿qué es lo que debo hacer? Debería huir, debería esconderme.... <<¿Por qué no tengo más respuestas? ¿Por qué me ocurre esto a mí? ¿Por qué?>>, grito en voz alta esperando que alguien me conteste. Si la maldición es cierta, no tardará en llegar mi hora. La verdad ya no sé qué hacer. Creo que lo mejor será esperar y dejar que todo ocurra de una vez y se termine para siempre.
 
Germán Almagro Ojeda, ex aequo profesor Avenarius (Sevilla)


viernes, 11 de julio de 2014

POETICA PUPILUUM (II)


UN ENCUENTRO SORPRENDENTE.

CAPÍTULO I.

Se levantó de la cama más temprano que nunca. Se sentó frente al armario y miró qué podría ponerse. Estaba desanimado, así que cogió lo primero que vio y se lo puso. Rápidamente, salió de su casa y se aseguró de haber cerrado bien la puerta, luego bajó por las escaleras. Allí se encontró con su vecina, con la cual tuvo que pararse un buen rato a charlar a pesar de que se le hacía tarde. Por fin pudo salir del bloque y se dirigió a su coche. Se montó en su vehículo y antes de arrancar se abrochó el cinturón, pues no se fiaba de los demás conductores, ni de sí mismo. Llegó a su trabajo y saludó a todos al llegar aunque en el fondo no quería tener ninguna relación con ellos.
Le encantaba su trabajo, pero aquel día tenía la cabeza llena de recuerdos negativos que casi no le dejaban respirar con tranquilidad. Años atrás había sido el hombre más feliz del planeta pero hacía un año la humillación más abominable le llegó con nombre de mujer. Ella le hizo sentir un hombre que no valía nada, un simplón sin más, y ahora ella se abrazaba a otro cuerpo como él deseaba que abrazara el suyo, permanentemente abandonado desde entonces.

CAPÍTULO II.


Se acercaba la hora de volver a casa y, como de costumbre, revisó que cada papel estuviera en el sitio correspondiente. Tras su revisión habitual se puso la chaqueta, se despidió de sus compañeros de trabajo—con cordialidad sin más—y volvió a su casa en su auto.
Era viernes y siempre le gustaba ver una novela que emitían ese día de la semana, pero aquella noche pusieron fútbol. Vaya día que llevaba, pues no le hacía mucha gracia eso de ver a once tíos corriendo detrás de una pelota. Estaba aburrido y necesitaba hacer algo para evadirse de sus pensamientos, que le hundían más a sí mismo. Se decidió a coger el ordenador. Entró en varías páginas que solía visitar, pero todas le parecían aburridas. Justo antes de cerrar el ordenador le apareció en la pantalla un recuadro de publicidad: <<Chat, conoce a tu media naranja>>. ¿Media naranja?...Tristán no sabía ni si creía ya en eso, pero se dijo a sí mismo: <<¿Por qué no?>>. Ahora no era el mismo, era otro, él quería ser otro. Y sin pensarlo más, se registró y empezó a investigar.
Rápidamente vio varias solicitudes de amistad, pero ninguna le pareció interesante hasta que vio una que sí, esa sí que podría valer. Pinchó en su foto para verla bien; morena, pelo largo y ondulado, una sonrisa impecable y ojos grandes y marrones—muy llamativos para su gusto—. Era una chica totalmente distinta a... ¡Bueno, el pasado, pasado queda!, se dijo. Le mandó una solicitud de amistad y ella enseguida contestó: <<Hola, q tal como t llamas?>>. La conversación se extendió durante toda la noche,  pero la sorpresa llegó al día siguiente.
                                Paola Ríos Fernández(Sevilla)

POETICA PUPILUUM (I)


LO INESPERADO.

CAPÍTULO I.
…Un frío invierno allá por la blanca Suiza… Llevaba alrededor de dos años aquí. Todos los que habitaban este lugar eran una peste, una panda de idiotas sin conocimiento alguno, resumiendo: gentuza.
Mi vida nunca había sido fácil, desde un principio tuve que aprenderlo todo a la velocidad de la luz. Sin importar cómo lo hiciese, tenía que sobrevivir en ese mundo de personas que a la mínima iban a por ti hasta hundirte. Lo peor de todo era mi falta de autoestima. Desde mi punto de vista todo lo que había hecho para seguir adelante no servía de nada; pero había llegado hasta dónde me prometí, había salido a flote desde el pozo más profundo: las drogas. Y aquí, en este lugar, nadie sabía nada de mi pasado, algo que era muy prometedor, ya que no sabían mi historia. Por algo salí del país en el que estaba. A decir verdad, por ello no me gustaba relacionarme mucho. Después de la muerte de mi padre, que había sido mi luz y mi guía, me hundí en ese mundo sin salida. Me costó huir, principalmente, porque pasé solo todo el proceso de desintoxicación y que por arte de magia alguien anónimo me pagó.
Desde la salida de aquel centro cambié radicalmente tanto por dentro como por fuera. Ya no era aquel tipo que deambulaba por los peores barrios de la ciudad, ni aquel que vestía de mala manera y que por la desnudez de los brazos podía leerse a leguas lo que ellos contaban de mí. Parecía totalmente otra persona. Durante los primeros meses después de salir, me cambié de nombre y me dediqué a eliminar de mi antiguo yo todo lo que hubiese sobre la faz de la Tierra. Busqué un trabajo que me proporcionase un salario para poder huir de este país lo antes posible, y aunque la coyuntura nacional no era la mejor, lo conseguí. Estuve trabajando por lo que fue como alrededor de medio año, hasta que me enteré de casualidad, gracias a uno de mis compañeros, que la empresa que me empleó abría nuevas fronteras y sin pensarlo dos veces, me presente como voluntario para aquel nuevo trabajo fuera de estas fronteras. Tarde dos meses hasta poder coger ese vuelo que por fin me alejaría de todo mi pasado.
Cuando llegué tuve que instalarme en un piso de mala muerte que la empresa tenía contratado. Desde fuera se podía percibir como sería el apartamento ya que la pintura de la fachada estaba desconchada y llena de moho. Por un momento pensamientos de arrepentimiento pasaron por mi mente pero ya era demasiado tarde. Durante cuatro meses no tuve más distracción que no fuese mi trabajo, al que acudía día a día, lloviera o nevase. Tuve que aprender pronto el idioma, ya que la mayoría de mis nuevos compañeros, excepto los que viajaron conmigo, eran suizos. Me movía de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. Por otra parte, la situación se me estaba yendo de las manos, ya que tenía que ir moldeando mi estrategia para así acercarme a los jefes, pero mi miedo a que todo no saliese como yo quería, me hacía recapacitar mejor sobre lo que debía hacer. Era un completo lameculos de mis superiores, pero si quería llegar hasta donde verdaderamente me pertenecía tenía que hacerlo. A los peces gordos les prometía pequeños regalos que luego ellos recibían gustosamente; y si me encargaban algo, lo realizaba correctamente o mejor de lo que ellos esperaban. Desde mi perspectiva, nunca traté mal a nadie: de hecho, me di cuenta de que si tratabas mal a las personas, ese mal te sería devuelto más tarde o más temprano.
A pesar de todo, si antes dije que hablaba poco con las personas, aquellas que conseguían hacerse un hueco en mi vida, nunca eran tratados con desaire, y sí podía hacer algo por complacerlas no había ningún problema, pues yo con gusto lo hacía. No obstante, poco a poco fui ascendiendo profesionalmente y viajaba de un lado a otro, para conseguir nuevas firmas y abrir otros caminos a la empresa para la que trabajaba. Me había costado dos años, pero por fin, en solo unas semanas, podría conseguir lo que tanto me había impulsado a salir de aquel horrible pozo en el que estaba. Definitivamente, el plan que había urdido durante toda mi estancia en aquel lugar valía la pena. Iba a llegar a la cúpula de lo que alguna vez fue nuestro negocio familiar y que yo debía haber heredado. Aquella empresa, de la que tras la muerte de mi padre un viejo socio sin identidad compró la mayoría accionarial, volvía a su legítimo dueño; aquella empresa a la que yo no pude acceder debido a todas las deudas que surgieron de la nada, pues supuestamente mi padre había dejado que nos embargaran todo nuestro patrimonio sin avisarnos de nada y sin que ninguno lo sospecháramos. Después de aquel disgusto, mi madre no levantó cabeza y se negó a seguir adelante, murió en mis brazos. Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba tocado y hundido.
Pero eso ya era pasado, el gran día llegó y frente a mí había todo una junta de accionistas que estaban felices de que me incorporase al consejo. Lo que no puedo creer todavía es que la persona que vi frente a mí, cuyo su aspecto regordete y su costumbre de sostener un puro en la mano, me llevó a deducir que sería aquel accionista que nos dejó a mi madre y a mí en la calle: era mi tío: aquel que creímos que había muerto junto a mi padre en aquel incendio de la fábrica. Es decir, mi familia y la suya habían llorado la muerte de otra persona, habíamos enterrado a alguien que no era quién creíamos.

Carmen Mera Delgado (Sevilla).