FRASES PARA REFLEXIONAR

"Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad". Paul Auster



martes, 4 de abril de 2017

CREATIVIDAD LITERARIA

Presentación de:

I CERTAMEN LITERARIO IES FUENTES NUEVA

Bajo el título: "DECONSTRUCCIÓN DE MITOS AMOROSOS A LA POLICÍACA"

Inscrito en el Proyecto de CREATIVIDAD LITERARIA,

Incluido como actividad evaluable de la materia de LITERATURA UNIVERSAL y

Propuesta como conmemoración de la celebración del 25 aniversario del IES FUENTE NUEVA

Descripción:

En torno a la festividad de San Valentín y coincidiendo con el tema del teatro barroco de la programación del Departamento de Lengua y Literatura del IES Fuente Nueva y en concreto con la obra de Shakespeare Romeo y Julieta, mito amoroso donde los haya, perpetuado por el tiempo hasta nuestros días en multitud de obras posteriores, películas, poemas y relatos en ella inspirados, decidimos hacer una actividad de libre creación en la que, al contrario de lo que propone la tragedia shakespeariana, la historia no acabara en el escenario de la muerte de los dos amantes, sino que precisamente ahí, en ese espacio y en ese momento, comenzara una narración de índole policíaca para reconstruir qué les produjo las muertes a los dos "amantes inmortales"; bajo qué circunstancias murieron. La idea era que, sin leer la obra de teatro, tuvieran que explorar, navegar en la obra para buscar las pruebas, a los que los indicios encontrados en la escena del crimen apuntaban, y construir un relato policíaco con todos sus tópicos y su estilo particular.
Desde el inicio del curso les he insistido en que la labor del lector es la de un detective que ha de husmear en los indicios, en las pistas que les dejan las palabras que componen las frases que a su vez configuran las historias contenidas en los libros. Quizá por esa razón elegimos Edipo Rey y Edipo en Colono como primeras lecturas de la asignatura de LITERATURA UNIVERSAL en lo tocante a la Literatura clásica; porque la considero, y así me las enseñaron a mí mis profesores, la primera obra detectivesca de la historia de la Humanidad. Edipo ha de averiguar quién es el culpable de las calamidades que asolan Tebas e inmediatamente comienza una investigación en la que afloran los indicios, los falsos culpables, las reconstrucciones de los hechos y todo lo que ha configurado el género policíaco 2600 años después.
Desde que conocieron a Edipo, les he invitado a que lo imiten, a que busquen la verdad oculta en las palabras: aquello que no se cuenta, pero que se infiere. De ahí, la idea de llevar a cabo esta actividad  para la que se establecieron las siguientes:

BASES:

I CONCURSO DE RELATOS “DECONSTRUCCIÓN DE MITOS AMOROSOS A LA POLICIACA”
Convocado por el IES Fuente Nueva de Morón de la Fra.

1. Deben participar obligatoriamente todos los/as alumnos/as de la asignatura de Literatura Universal de 1º de Bachillerato.
2. Se tomará como modelo o como pieza inicial del relato el fragmento propuesto por el profesor en clase bajo el título "La escena del crimen", sin menoscabo de que se pueda escribir un relato independiente, sin atender a la pieza aquí referida.
3.El plazo de entrega de trabajos se establece entre el 17 de febrero de 2017 y el 24 de febrero de 2017.
4. La extensión de los relatos deberá contener un mínimo de un folio mecanografiado a doble espacio en Times New Roman nº 12.
5. El jurado lo compondrá el profesorado participante en el programa de Creatividad Literaria del centro.
6. El fallo del jurado será inapelable, no pudiendo en ningún caso declararse desierto.
7. Se establece 1º primer premio de un libro policiaco y otro de amor. Y un 2º premio dotado con un desayuno en la cafetería del centro.
8. Todos los trabajos deberán ser originales y concurrir a concurso por primera vez, además de no haber sido publicados en ninguna otra plataforma ya sea digital o impresa. La copia o plagio de otros trabajos será sancionada con un parte de conducta contraria a las normas de convivencia del centro.
9. Los trabajos deberán ser enviados a la siguiente dirección de correo electrónico elatrapatalentos@gmail.com con el nombre del/ la alumno/a y el grupo al que pertenece.
10. Los miembros del jurado no mantendrán correspondencia ni informarán sobre sus deliberaciones durante el proceso de selección.
11. Todos los trabajos podrán ser editados por el Concejo de Jueces Literarios en pos de una mejora sustancial de los textos.
12. Todos los trabajos, premiados y no premiados, serán colgados en el blog elatrapatalentos@blogspot.com alojada dentro de la carpeta CREATIVIDAD LITERARIA en la ventana de enlaces de la página web oficial del centro.
13.La participación en este concurso supone la aceptación total de estas bases.
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LA ESCENA DEL CRIMEN
La capilla se encontraba en absoluta penumbra: ni una sola vela ardía en los candelabros, a pesar de que al llegar me pareció notar el olor de la cera recién apagada, aunque no percibí hilo de humo alguno ascendiendo de ningún cirio. Probablemente los habrían apagado unos minutos antes de que yo entrara, porque de no ser así, la humareda estaría todavía condensada, ya que tan solo un cristal roto de la vidriera en el rosetón permitía la ventilación de la estancia. Me fijé en que desde la puerta lateral, la que daba a la sacristía, se habían sobreimpresionado en los baldosines de piedra huellas de zapatos. Eran huellas grandes, de zapato de hombre, pero la pisada no era uniforme, de manera que no podía determinar que se trataran de las de uno de los dos cadáveres: una muchacha de cabellos rubios, tez blanquecina, ropajes de adolescente aristócrata, de entre los trece y los quince años y un chico de entre los quince y los dieciocho años, con pelo cortado a navaja, claro indicio de que visitaba al barbero con asiduidad, que si no recuerdo mal, en Verona son carísimos, así que probablemente pertenecería también a la alta estofa. Ella estaba tumbada sobre él como si se hubiera desplomado y una mancha de sangre los empapaba a ambos. Al lado de los dos cuerpos había caído una daga de unos quince centímetros, que debía pertenecer al muchacho, pues su vaina estaba desnuda y que seguramente había sido el arma que produjo la sangre.
(...)
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(...)
PRIMER PREMIO
—Qué bastardo sin escrúpulos haría tal atrocidad?
Por suerte, hemos de agradecer al campesino que trajo a los alguaciles, su buen juicio por no tocar los cadáveres y llevar con tanta discreción el asunto. Ahora entiendo que me hayan traído de urgencia desde San Giovanni Lupatotto ya que se requiere imparcialidad ante la situación tan tensa en la ciudad.
Me han ahorrado el tiempo de descubrir a los cadáveres de Romeo Montesco y Julieta Capuleto. Ambas familias tenían motivos más que suficientes para este asesinato, incluso había llegado a mi ciudad oídas de ellos por ser poderosos mercaderes. Pero… He de indagar, podrían haber contratado al campesino si no como sicario, como encubridor de éste.
—¡Escuchen!—dije saliendo de la escena del crimen y me dirigí a mis subordinados—. Sé que somos pocos y el ambiente está crispado, así que como el oficial Francesco me ha encomendado el mando y quiero que un guardia procure que nadie entre aquí. Y he dicho ¡nadie!—espeté atemorizando a mis propios subalternos con la mirada fija y la voz apabullante.
—¿Ni el mismísimo oficial?—dijo un soldado
—Ni el mismísimo cardenal, o ¿prefiere que haya un triple homicidio?
—¡No, señor!—dijo mientras se disponía a custodiar la zona.
—Bien, quedáis dos, así que el menos incompetente se encargará de ser mi ayudante. Será mi sombra y mi procurador, y si me falla, puede marcharse a la mismísima India cuando menos
La tensión era atroz, ningún hombre fue capaz de moverse un ápice a pesar del gélido viento, mi simple mirada les producía un tremendo pavor. De repente, un hombre dio un paso al frente.
—Señor Romanazzi—dijo—, me brindo a sus servicios.
—¿Cómo se llama, chico?
—Grecchi Vittore
—Muy bien, al fin un hombre—decía mientras le daba la mano—¿Sabes escribir Grecchi?
—Sí, señor Romanazzi
—Bueno, pues no sé qué hace tu compañero. ¡Ve a la casa de los Montesco! Grechio, ve al palacio de los Capuleto.
Mientras, comenzamos a caminar en dirección a los establos para proveernos de caballos para llegar a la residencia de ambas familias, ya que ambas vivían a las afueras de Verona. Conforme nos acercábamos al mercado, me paré en seco.
—Grecchi, atento
—¿Qué pasa señor?
—Eso me gustaría que me dijeras tú ¿Qué ves que te llame la atención?
—No lo sé, no veo nada
—Que decepción...Mira esa señora, ahí en el puesto de fruta
—Sí, señor, es Rita Moretti, debe de haber salido ahora que se ha marchado su marido
—Sí, claro, pero no hablaba de eso, sino del hecho de que una noble señora ojee las fresas más deterioradas cuando justo en frente las tiene de mejor calidad.
—Muy agudo, señor
—Así pues, tornemos a la derecha y observemos qué hace
Ciertamente así lo hicimos, y cuando la señora Moretti entró en la calle se sobresaltó y se volvió precipitadamente.
—Grecchi, nunca mires simplemente a las personas, observa sus cambios de actitud o sus contradicciones.
—Por supuesto, señor—dijo según anotaba en su desgastado legajo—. Entonces, Rafaello...
—¡¿Te he dicho que me llames Rafaello?!
—Disculpe señor Romanazzi, pero ¿prefiere que apunte los actos sucedidos, o las observaciones?
—Tiene tiempo más que suficiente por la noche para ambas, ¿verdad? Dejémonos de confianzas: llámame por mi nombre u apellido.
Tras esta afirmación tan rotunda Vittore no tuvo coraje de abrir la boca hasta llegar a la guardia para conseguir sus caballos.
—Bien hecho Grechi, soy incapaz de lidiar con tales nimiedades.
—Gracias señor. Para mí significa mu...
—Sí, sí, sí vamos a ya, este crimen no se va a resolver solo.
—Si señor—dijo Grechi tras serle arrebatado su único momento de gratitud por mi parte.
Conforme cabalgábamos a casa de los Montesco, a mi escriba Grechi que me informara de la situación en el pueblo, pero yo, a pesar de ser inspector, no pude ver el bosque tras los árboles que me describía Vittore.
—Señor esa es la casa de los Montesco.
—Excelente, busque al mozo que se encargue de nuestras monturas, quiero observar el ambiente antes de que se percaten de nuestra presencia,
—¿Por qué deberíamos de optar por tal actitud?
—¿Acaso le he pedido su opinión? ¡Vamos¡ Ahg... no tengo que explicarle todos mis pasos o tardaremos una eternidad, pero en esta ocasión le explico: lo que pretendo es ver si la situación familiar es de unos padres afligidos, malheridos, o la de unos asesinos rencorosos, en busca de la venganza incluso pudiendo haber comenzado en reyerta
Tras esta reflexión tan astuta por mi parte, Grechi decidió hacer el encargo que le había encomendado, mientras yo, Raffaello Romanazzi, me adentré en la hacienda, en lo que parecía el recibidor en el cuál esperé pacientemente oyendo a los señores de la casa.
—Querida, mantén la compostura no debemos preocupar a nadie hasta verificar de que sea nuestro Romeo—murmuraba el señor Montesco.
—¿Pero, cariño, cómo pretendes que esté si nos acaban de decir que nuestro hijo ha muerto—dijo la señora Montesco entre sollozos sin mesura.
—¡¿Y cómo te vas a fiar de la arpía de Rita Moretti?!—lo escuché decir antes de girarse hacia mí sobresaltándose y haciendo un leve ruido—. ¿Quién anda ahí?
—Perdonen señores soy el inspector Raffaello Romanazzi., estoy aquí como oficial al cargo de el asesinato sucedido. Me han traído desde San Giovanni para ello.
El señor Montesco me miró desconfiado pero decidió confiar en mí por sus oídas de la llegada reciente al pueblo de un tipo tan extraño como yo.
—Pase, pues, ¿me podría decir a qué debemos su visita?
—Pues, hemos venido aquí para saber de..
—Espere, ¿hemos?
—Sí, mi ayudante está dejando a las monturas con su mozo. Y me gustaría saber qué conocen sobre el posible asesino de su hijo, del cual me han informado ser él uno de los fallecidos. Según decía esto la señora salía de la habitación desmoronada, mientras el señor se mantenía impasible.
—Bueno, pues ya ha confirmado mis temores. Gracias por acabar con la duda, debido a su visita no le haré volver entonces. Pregúnteme lo que necesite.
—Gracias, ¿me gustaría que me dijera algo sobre los últimos acontecimientos entre su familia y la de los Capuleto?
—Sinceramente, debido a la intervención del canciller sólo compartimos una cena el día anterior en la vivienda de esa familia.
—¿No conocía la relación entre sus hijos?
—¿Qué? ¿Cuáles hijos? Solo tengo un... Bueno, tenía un hijo.
—Hablo de la hija de los Capuleto, Julieta, según me dijeron al llegar a la ciudad.
Tras esto el señor se enfureció y pretendió expulsarme. Incluso intentó agredirme. Raffaello se extrañó debido a que tuvo que recapacitar demasiado sobre esto, lo cual le hizo pensar que buscaba expulsarnos para encubrir algo.
—Entonces, buscaré a Grechi y ya volveré con Francesco Rossi—dijo Raffaello mientras salía a las cuadras.
—De acuerdo, les esperaré aquí—dije yo con un áspero tono inconformista.
El oficial quería asestarle un derechazo por su grosería pero prefirió salir refunfuñando y dejar esto para otra ocasión.
—¡Grechi, Vittore¡ ¡Nos vamos!—gritó Raffaello, aunque calló al instante porque vio que estaba hablando muy interesado con el mozo.
—Ah, señor, le gustará saber de qué me he enterado—dijo Grechi—. Al parecer el señor Montesco anduvo por la capilla en la noche antes de su llegada, y me ha dicho el encargado que también se llevó una importante cantidad de dinero para algo extraño.
- Ahmmm..., ¿cómo ha sabido de todo ello? ¿Porqué debería de ese hombre contarle tal información comprometida a un desconocido?— dije estupefacto, con cara de asombro.  
—No le soy un desconocido. A usted no le agrada mi cercanía, pero al tratarse de un pueblo tan pequeño, y yo un alguacil he forjado una buena amistad con la gran parte de la vecindad. Son mis confidentes, si así lo prefiere.
—De acuerdo, en este caso me gustaría que me reprodujera su charla mientras vamos a la taberna del pueblo.
Era la primera vez que le reconocía su buena fe y labor, y este le reprodujo su charla con gran emotividad.
—De acuerdo, señor. Esta es la taberna de Alessandro Riccio. Aquí se mueve toda la información del pueblo, incluso nos puede beneficiar.
—Es un pueblo sin río, parece. Nos beneficiará enormemente. Sobre todo me gustaría saber el objetivo de esa Rita.
—Para ello hablemos con Emilio De Luca, el tabernero, y su mujer Bianca—dijo Raffaello—. Ellos manejan todo.
Al entrar pedimos una ronda de Mirto Rosso.
—Son 6 Liras—dijo el señor Riccio.
—Tenga—dijo Raffaello colocando en la mesa una moneda de oro equivalente a 50 Liras.
—¿Qué pretende, señor...?
—Romanazzi, Raffaello Romanazzi, el oficial al cargo del asesinato que se suponía que era secreto—dijo según bebía su copa sin retirarle la mirada.
—No sé de qué me está hablando.
—¿Y por qué le tiembla el pulso al servirse la copa?
—No quiero problemas, señor. Le contaré—dijo mientras sudaba de resignación—, pero con la condición de que no vuelva, ya que espantará a mis clientes. Hace poco estuvieron el señor Capuleto con un campesino y la señora Moretti—nos informó y según lo decía ambos nos sobresaltamos. Después el tabernero añadió—: Le dio una pequeña bolsa al campesino y además estuvo cuchicheando con la mujer. Hasta aquí les puedo contar.
—Gracias, Señor. Nos ha sido de gran ayuda—dijo Vittore.
Según salíamos nos topamos con Bianca, la mujer del tabernero, que estaba esperándonos en el cruce y noss llamó con sigilo.
—Aquí señores, vengan.
—Díganos.
—No queremos problemas con la autoridad, por consiguiente quiero contarles detalles que mi marido no se atrevió a decirles por el señor del fondo del bar.
—Sí, ya me percaté—dije y me dirigí a mi ayudante—. Te lo iba a comentar, Grechi. Un hombre con una pinta lúgubre. Me gustaría saber de él.
—No puedo decirles más, señores que…—intentaba decir esto con humildad y pena—… nosotros estamos bajo el control de los Montesco, son los dueños de nuestra villa y no nos permiten hablar para tenernos controlados, pero sí que controlemos qué se cuenta o qué se desmiente. Así nos dejan vivir en ella sin arrendamiento alguno y criar a nuestros hijos. Pero el día entes de su llegada, el señor Montesco estuvo aquí y habló con el boticario y me di cuenta de que la señora Rita también hablaba con él a su salida.  Pude ver que le daba dos frascos que se agenció posteriormente el boticario.
—Espere, espere. ¿Un frasco como este?—pregunté—.Vamos, sáquelo, hijo—le indiqué a Vittore señalando la bolsa en la que resguardaba su legajo.
—¿Cómo ha llegado aquí?—preguntó Grechi alarmado—. ¿Y este también?
—No quise que nadie conociera que me llevé los frascos—le aclaré—. Como ya le dije al principio, uno tiene un peculiar aroma que podría resultar veneno por su olor a adelfa. Es bastante común en Lupatoto, aunque no he visto ninguno por aquí. Por lo general no es venenosa, a menos que se ingiera o se prepare premeditadamente para que pueda hacer un efecto mortal en una persona en un breve plazo de tiempo.
—¡Alguien con las habilidades de un boticario como Luigi Lombardi!—exclamó.
—¿Quién es ese? ¿Es de quien hablaba la señora Bianca?—pregunté.
—Efectivamente—dijo ella—. Es más, se aloja en una posada muy cercana, la verdad, si les ayuda, muy superior a lo que se pudiese permitir.
—¡¡Vamos muchacho!! Tenemos mucho que hacer antes de la puesta del sol—dije.
—Lo siento, señor, por desanimarle pero a esta hora ya debe de haber cerrado la botica.
—¡Diablos! ¿Entonces dónde podríamos alojarnos?
—Venga a mi casa—me invitó Grechi—. Es humilde, pero le resguardará.
—Gracias—dije sinceramente conmovido—. Hacía tiempo que no recibía un trato tan considerado.
A lo largo de la noche estuvimos recopilando la información de tan formidable día hasta que...
—Buen trabajo, hijo, pero ya es hora de descansar—le dije a Vittore—. Resguarde su legajo y los frascos. Me gustaría saber la importancia de los botes, el porqué de hacerlos especialmente.
—De eso me encargo yo. Se los llevaré al herrero que también se hace cargo de la orfebrería. Ya sabe… trabajos familiares.
—¡Magnífico!
—Entonces, que descanse, aunque si me permite… ¿Usted no está casado, verdad? No veo ninguna  en alianza en sus dedos.
—¡¿Qué forma es esa de meterse en los asuntos privados de un superior?!
Otra vez el pobre chaval se marchó asolado por mi agresividad, ya que creía que estaba empezando a afianzar nuestra amistad.
Al día siguiente tras desayunar y guardar lo necesario en nuestras bolsas partimos para ver al orfebre.
—Buenos días—lo saludamos al entrar.
—Buenos días, señores, ¿en qué puedo ayudarlos?
—¿Es usted Gian Cartelli?—pregunté para asegurarme porque quería oírlo de su boca.
—Efectivamente.
—Muy bien. Grechi, saque y deme los frascos—le pedí a mi ayudante y después le pregunté al herrero—: Los reconoce, ¿verdad? Salieron de aquí hace escasos días para el señor de los Montesco.
Al ver que se sobresaltaba al nombrarle al señor, decidí apretarle las tuercas
—Quiero  que me diga la diferencia de estos frascos para hacerlos por encargo.
—Bueno, espere—dijo y salió corriendo a cerrar la puerta y esconder los ventanales tras los visillos—si hablo ha de ser bajo la condición de no juzgarme por hacer mi trabajo.
—Le aseguro que si nos sirve de ayuda, que nadie más sabrá de esto.
—Pues hace una semana vino el señor Montesco para pedirme dos frascos “especiales”, a juego con los que les he ido haciendo con el tiempo para su casa. Pero estos… si ve la espiral de este… su espiral está en sentido contrario al de su compañero. No sé por qué pudo querer tanta discreción como para tener que llevárselos a la taberna o para diferenciarlos. Y hasta aquí les puedo decir.
—Gracias nos ha ayudado más de lo que cree.
Al salir de la tienda empezamos a debatir ambos sobre si respetar su discreción y su negocio por su colaboración o detenerle por si era necesario otra vez interrogarlo. Decidimos hacerle creer que su acto era de buena fe, y partir de ahí, ir a ver al boticario.
—¿Es aquí chico?
—Así es.
—Bien, he de advertirte que en cuanto entres, cierres toda opción de huida y de que te fijes en todo lo que veas.Ya he tenido que lidiar con otros de esta calaña.
Al entrar el muchacho hizo lo que le dijo el señor Romanazzi y por tanto se quedaron en silencio mientras Luigi Lombardi les hacía preguntas sobre quiénes eran o qué pretendían.
—Bueno, señor, sabemos que usted le ha dado hace cinco días un brebaje, al señor Montesco, en este bote precisamente.
—Espere, espere, ¿el qué de... qué habla? No diré nada hasta saber de ustedes.
—Sabe quién soy, Luigi—dijo Vittore con actitud desafiante tras pedirme permiso con la mirada—. Y este es el inspector Raffaello Romanazzi traído desde San Giovanni para atender al caso de asesinato.
Al ver su sobresalto al dejar espasmódicamente una especie de pasta de hiervas con la que estaba trabajando, exclamé: <<¡Grechi, asegura la puerta y deme su cíngulo!>>. Lo hizo sin pensarlo mientras yo le ataba las manos con el correaje y aproveché el cíngulo para atarle a una silla.
—Bueno, espero que tenga sed—dije mientras me remangaba y le ponía en la cabeza un tupido lienzo que usaba para sus brebajes el boticario—. Sabe Grechi—me dirigí a mi ayudante—me califican de poco ortodoxo, pero si le hace ilusión, túmbele usted de una patada. Le voy a enseñar cómo se hacen las cosas en estos casos.
Actuó el muchacho con cautela, sabía de la mala actitud de este hombre pero aunque esto es común en nuestros tiempos que corren: uno siempre se sobresalta la primera vez que ha de mantenerse en la habitación para ese proceder.
El boticario se revolvía en el suelo, le faltaba el aire, sentía como este abandonaba su cuerpo según la parca se introducía en él. Tras varias repeticiones este lloraba implorando su muerte o que le dieran la oportunidad de relatar os hechos.
—¡Les contaré lo que quieran!—dijo sollozando como un niño abandonado—. Como dicen, le di estos frascos uno contenía veneno de adelfa y el otro de cicuta para aparente la muerte, se supone que este le iba a dar a su hijo el extracto de cicuta y a una mujer de escasas arrobas, el otro.
—¿Cómo sabe el peso?
—Debido a la potencia de la adelfa si no se calcula bien, provocaría una intoxicación que le haría expulsar el veneno antes de la muerte.
—Suficiente, hijo desátelo aquí hemos acabado.
—Señor, usted cree que ya está todo lo necesario, ¿verdad? No sé si soportaría aguantar otra tortura como esta.
—Lo siento, pero así es como actuamos en los Santos Oficios, ¿o creía que iban a traer a un inspector cualquiera?—dije con jactancia de mis métodos.
Según íbamos a la residencia de los Montesco, llevábamos con nosotros una guarnición considerable y al contarles lo sucedido, hicieron llamar el mismísimo Mateo Andreotti, la máxima ley en Verona para llevar a los Capuleto. De ahí que tuviéramos que llevar tanta defensa, para evitar otro percance. Una vez allí comenzaría la apoteosis.
—Bueno, señores he de contarles lo sucedido y el porqué les he citado aquí, pero vayamos a la escena del crimen.
—Yo no voy a ninguna parte con ese hombre.
—Lo mismo digo.
—Encima tengo que lidiar con dos críos. Por favor, llévenlos mientras explico lo acontecido—les pedí—Grechi deme su legajo no quiero dejarme nada.
Según lo iba reconstruyendo nadie hablaba; les parecía algo inverosímil. Pero al llegar allí...
—Bueno me alegro de ver que ha llegado Ritta, espero que mi compañero no haya sido demasiado brusco—dije.
Al ver allí a la señora Moretti no había manera de describir la expresión de ambos señores.
—Les quiero explicar lo acontecido—empecé—. Grechi, muchacho, ¿te acuerdas de aquel dinero que te dijo el mozo que llevaba el señor Capuleto al pagar a un extraño encapuchado, muy similar el acto en la taberna en el cual se hizo un pago parecido? Saben yo nunca viajo sin tener un soplón al cual no pretendo comprometer, por represalias pero me ha informado de la nefasta situación económica de la señora Moretti y que su marido no está de viaje, sino que le ha abandonado por una joven de unos diez años menos que ella. Y como no el granjero, el que encontró los cuerpos… ¡Él es el verdadero sicario!
            Me miraban desconcertados todavía sin comprender.
—Por eso les he traído—expuse—. Tráiganle la chillaba a la zona trasera de la capilla—les ordené—Y lo que yo creo es que aquí se compincharon ambos hombres para evitar su vergüenza ya que la joven Julieta pretendía dejar a su prometido Paris, para fugarse con Romeo. Y de esta forma quedaron ambos hombres en facilitarles el quedar a los muchachos para que este “campesinucho”—dije con cierto desprecio—contratado  como intermediario por Ritta para que les suministrara el extracto de cicuta aunque ambos decidieron cambiar el plan, bien el señor Montesco para dar el cambiazo con el frasco de adelfa aunque el inútil se confundiera, en vez de asesinarlo o decidiera apuñalar a la pobre muchacha por su menor fortaleza, cumpliendo de forma inversa ambos planes.
—¿Cómo se atreve a tales acusaciones?
—Hablé con el boticario Luigi… Si ya no tiene agua en la boca, o si ya no le duele los dientes y las piernas le permiten sujetarse… Si el médico ha hecho bien su trabajo al campesino… Aguantó más de lo esperado creí que al tercer mazazo se desmayaría antes de hablar.
—Increíble señor Romanazzi—me reconoció el señor Andreotti—. Pero ya es suficiente. ¡Guardias llévenselos a todos!
Una vez se aclaró la situación…
—Bueno, Grechi parece que esta es nuestra despedida.
—No sabe cuánto me complace el haberle conocido y aprendido de usted.
—Quién sabe, ahora he de levantar las actas para los archivos del Santo Oficio, pero puede que nos volvamos a encontrar.
Todos en el pueblo recordarían el transcurso de Raffaello Romanazzi por la ciudad de Verona.
José Antonio Santos Alemán (1º Bachillerato B)
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SEGUNDO PREMIO
La capilla se encontraba totalmente a oscuras, no había ni una sola vela encendida, tan solo la vidriera del rosetón dejaba pasar la luz, que caía de forma directa sobre dos cuerpos inertes que yacían en el suelo, uno encima del otro, antes de acercarme a observarlos prendí unos cuantos cirios para poder ver algo.
El cadáver de encima pertenecía a una niña de entre unos trece o catorce años, vestía caros ropajes, y su pálida piel terminaba por confirmar mis sospechas de su procedencia noble. El de abajo, en cambio, pertenecía a un joven de unos quince o dieciocho años de edad, recién afeitado y a pesar de mi corta estancia en Verona, ya he podido comprobar que cortarse el pelo no sale barato, por lo que también pertenecería a la alta alcurnia.
Ambos cuerpos estaban empapados en sangre, la joven tenía una profunda puñalada en el pecho que, sin lugar a dudas, era la causa de su fallecimiento, la puñalada seguramente fue causada con la daga que se encontraba cercana a los dos cadáveres, y que probablemente pertenecía al chico, ya que la vaina de su cinturón encajaba perfectamente con el arma. Lo primero que se me pasó por la cabeza, fue la idea de que el joven asesinase a la chica apuñalándola, pero entonces, ¿cómo murió el chico? Me acerqué a mirar con más detenimiento y lo que vi inundó mi cabeza de dudas, el cuerpo del muchacho presentaba indicios de un previo enfrentamiento, no obstante, ninguna de esas heridas pudo haber resultado letal, sin embargo, un extraño olor emanaba de sus labios, los toqué con mis dedos y éstos quedaron impregnados de una extraña sustancia, después me los acerqué a la nariz para reconocerla. El olor me resultaba demasiado familiar, podía ser que se tratase de... ¡¿Veneno?! De ser así, la cosa estaría más clara: la joven envenenó al chico, y éste, en su último suspiro la apuñaló en señal de venganza. Pero entonces, ¿por qué el muchacho está herido?
Decidí seguir observando la escena del crimen, y encontré la que podía ser la respuesta a aquellas dudas, un tercer cadáver, éste era un hombre perteneciente una familia mucho más rica que los otros dos, pues su atuendo estaba lleno de detalles y joyas, incomparable con los anteriores. Este también tenía heridas de un combate, por lo que seguramente, el enfrentamiento ocurrió entre los dos muchachos. Pudo tratarse de un combate a muerte para decidir quién de los dos se quedaba con la joven, pero entonces, ¿por qué envenenaron a uno de ellos? Es aún pronto para sacar conclusiones, lo mejor sería identificar los cadáveres.
Abandoné el lugar de los hechos y me dirigí a la posada en la que me hospedaba, tenía ganas de descansar del viaje, ya que lo primero que hice nada más llegar a Verona, fue dirigirme a la escena del crimen, porque ya me habían encargado la investigación cuando aún vivía en Venecia, es más, ese era el motivo de mi viaje, un viaje que duró dos días, parando solo para comer y dormir. Me acomodé en mi habitación y pasé la noche meditando sobre el incidente, llegué a la conclusión de que necesitaría ayuda de la policía local, así que decidí que al siguiente día iría a comisaría a informar de mis pesquisas.
Ya en la comisaría me puse en contacto con el jefe, le comuniqué el estado de la investigación y me asignó a un subalterno para familiarizarme con el lugar, <<Señor, me llamo Paolo, es un placer conocerle, ¿y usted?>> se presentó el muchacho, <<Yo soy Ángelo, el placer es todo mío>> le contesté yo. También le pregunté al comisario cual sería el modo más fácil de identificar a las víctimas, a lo que él me respondió sugiriéndome que le hiciera una visita a la figura con mayor autoridad de por aquí, un tal, Della Scala.
De camino a la residencia del príncipe, hablando con Paolo, descubrí algunas cosas sobre la ciudad, como por ejemplo que había dos familias aristócratas enfrentadas.
Finalmente llegamos a nuestro destino, los sirvientes nos dieron un trato bastante agradable, y fueron muy colaboradores, no pusieron ningún inconveniente y nos concedieron una audiencia con el príncipe. <<Saludos estimados visitantes, ¿en qué puedo ayudarles? >>, nos dijo el príncipe al recibirnos.
—Buenos días—contesté  yo—. ¿Podría contestar algunas preguntas si es tan amable? —Por supuesto, pero, ¿A qué se debe este interrogatorio?
—Estamos investigando un crimen acontecido no hace mucho en esta ciudad. Han sido localizados tres cadáveres en una capilla a las afueras. ¿Sabe usted algo al respecto?  —Bueno, se trata del mausoleo familiar de los Capuleto y hace poco se celebró allí el funeral de su hija—dijo Della Scala.
—¿Capuleto? ¿No es esa una de las dos familias enfrentadas?—pregunté.
—Sí, tenían sus diferencias con los Montesco, ¿por qué no se pasa por allí a preguntar? —Sí, puede que allí descubra más cosas, muchas gracias por su tiempo.
—De nada, vuelvan cuando quieran—se despidió de nosotros con amabilidad.
Paolo y yo nos marchamos de allí y fuimos directos a la casa de los Capuleto, llegamos al lugar en cuestión y encontramos a uno de los sirvientes arreglando el jardín, le pedimos que avisase al Patriarca y nos atendió enseguida. Nos llevaron al salón y nos pidieron que esperásemos. El sirviente subió al piso de arriba y bajó acompañado del Domine.
—Buenos días, señor. Gracias por atendernos—dije—. Le comunico que estamos investigando un crimen en el que podría estar involucrada su hija. Si fuera tan amable de responder unas preguntas...
—¿Mi hija? ¿Qué ha pasado con Julieta? La enterramos hace un par de días en la cripta familiar—respondió sobresaltado.
—Se han hallado dos cadáveres aparte del que supongo es el de su hija en la cripta de la que usted habla, ¿se le ocurre que ha podido pasar?—pregunté.
—¿Cómo? ¡Algún malnacido ladrón de tumbas ha osado profanar nuestro mausoleo!—exclamó el patriarca de los Capuleto.
—Toda una desgracia, pero… ¿Podría decirme cuál fue la causa del fallecimiento de su hija?
—Pues,… Ahora que usted lo dice… Amaneció muerta sin más el día en que se debía casar.
—¿Con quién se casaría?—seguí indagando.
—Con el Conde Paris, un pariente de nuestro príncipe Della Scala. De hecho, me dijo que iría a rendir homenaje a Julieta después de su muerte, le habrá pasado algo? 
—Pues,… Sospecho que se trate de uno de los tres cadáveres que hemos encontrado. Por cierto, su hija fue hallada con una daga clavada en el pecho, está usted seguro de que estaba muerta cuando la encontraron hace dos días?
—El médico dijo que estaba muerta. Además ya no respiraba...—se conmovió al memorarlo.
—¿Es posible que su propia hija fingiera su muerte?
—¡Imposible! ¡Mi hija nunca haría eso, no había ningún motivo para ello!
—Entiendo, bueno, iré a hablar con Della Scala, además le daré la triste noticia—dije y acto seguido abandonamos la casa y nos pusimos en camino.
Mientras caminábamos iba reflexionando sobre el caso: Ya hemos identificado a dos de los difuntos, la muchacha es Julieta, hija de los Capuleto, y el segundo hombre se identifica con el Conde Paris, pariente del príncipe, además, se supone que Julieta murió de forma natural, pero la encontré con una daga atravesándole el pecho, además ambos se iban a casar… ¿Un matrimonio de conveniencia, quizás? Aún queda un cadáver por identificar, aquél que fue envenenado.
Llegamos de nuevo a la residencia del príncipe e inmediatamente contactamos con él: <<Lamento ser yo quién le informe de esto, pero hemos encontrado fallecido a un pariente suyo, Paris. Coincide con uno de los cuerpos que encontré ayer en el mausoleo de los Capuleto. Al parecer fue a rendir homenaje a la difunta Julieta Capuleto, pero llegó una tercera persona y ocurrió algún tipo de desastre que aún no conocemos. Sentimos mucho su pérdida>>, dije y el príncipe no medió más palabras que estas: <<Gracias, les deseo una fructífera investigación, pero ahora necesito estar solo.>>
Nos fuimos de allí y volvimos a mi habitación en la posada para analizar el estado actual de la investigación. Tras una larga conversación, llegamos a la conclusión de que para identificar al envenenado, lo mejor sería identificar el veneno, para ello volvimos a la escena del crimen, tomamos una muestra de los labios del difunto y la guardamos en un bote, después nos dirigimos a pedirle al boticario que lo identificase. —Buenas tardes, ¿tiene usted un momento?—dijo mi ayudante nada más entrar.
—Depende de para qué. ¿Qué necesita?—preguntó con desconfianza.
—Que nos identifique una sustancia y dónde encontrarla—añadí yo.
—Claro. ¿Dónde está esa muestra?—aceptó tendiendo la mano para que se la diéramos.
Se la entregué y la olisqueó un poco, luego la agitó y la observó detenidamente. —Es arsénico. Lo podéis encontrar en cualquier botica, incluso en la mía. Está muy de moda últimamente y es muy fácil de fabricar.
—Y… ¿Por casualidad no habrá vendido usted alguna muestra estos últimos días?
—Pues… Ahora que lo dice… le vendí una muestra al joven Montesco hace no mucho. Se le veía bastante triste.
Ya tenemos a nuestro tercer difunto, en cuanto salgamos de aquí, iremos directos al Hogar de los Montesco.
—Entiendo. Muchas gracias por su tiempo.
Inmediatamente después de salir, fuimos directos a la casa de los Montesco, nos recibió el Patriarca en persona, le preguntamos sobre su hijo, cuyo nombre era Romeo, y éste nos comentó que fue desterrado hace un tiempo debido a un incidente con los Capuleto, también mencionó que su hijo se veía a menudo con Fray Lorenzo, así que decidimos hacerle una visita.
Fray Lorenzo decidió colaborar con nosotros en la investigación y nos contó que Romeo y Julieta se veían en secreto, tanto era así que hasta él mismo reconoció haber oficiado una boda a escondidas, pensando que así ayudaría a reconciliar a las dos familias. Nos contó que a causa del destierro de Romeo, él y Julieta elaboraron un plan de fuga, para que ésta pudiera vivir junto a su amado, dicho plan consistiría en una droga que simularía la muerte de Julieta durante dos días. Acordaron también que él informaría del pan de huida a Romeo, pero que éste nunca tuvo oportunidad de hablar con él. Tras contárnoslo todo, él mismo declaró que no merecía la pena seguir ocultando la verdad ya que ambos amantes habían muerto.
Reuniendo todas las pruebas, concluimos que los sucesos acontecieron así: Romeo fue desterrado, Julieta tenía un matrimonio de conveniencia con el Conde Paris, pero ella amaba a Romeo así que fue a pedir consejo a Fray Lorenzo y éste le entregó una droga para fingir su propia muerte. Romeo volvió a Verona, pero se enteró de la muerte de su amada, por lo que le compró al boticario un frasco con arsénico planeando su suicidio, después, se dirigió al mausoleo a hacerle una visita a Julieta, y se encontró con el Conde Paris, quién había ido allí a llorar la muerte de su prometida, Paris lo confundió con un ladrón de tumbas por allanar la cripta de los Capuleto, y ambos se enzarzaron en un combate, con malos resultados para el joven Paris, al comprobar que efectivamente su amada había fallecido, Romeo no vaciló y bebió el arsénico, ya que no quería vivir en un mundo sin su amada, Julieta despertó de la muerte fingida, y encontró a su amado y a su prometido, muertos en el suelo y era tal la angustia que sufría que decidió suicidarse con lo primero que encontró, siendo esto la daga que portaba Romeo y con la que presumiblemente dio muerte a Paris.
Después de resolver el caso y hacerlo público, las dos familias enfrentadas, al conocer la grandeza del amor que se tenían sus hijos, se reconciliaron y vivieron en paz para los restos.
Samuel Rueda Alcázar (1º Bachillerato B)
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No se veía claramente quién era el herido, por lo que me agaché a su lado para analizarlos más de cerca, moverlos siempre era la última opción. Los cabellos de la chiquilla estaban empapados en sangre y tapaban el pecho del chico. Con cuidado, retiré el pelo y le di la vuelta lentamente. Él no presentaba ninguna herida. En cambio, ella tenía una en el pecho. Me retiré para pensar, y sin querer, le di a un objeto que repiqueteó por el suelo de la estancia. Al buscar el origen del sonido, vi una copa vacía rodando hacia una esquina. Cuando iba a recogerla, fui interrumpido.
—¡Inspector! ¿Necesita ayuda?
Cerré los ojos con irritación, y un momento después miré al sucio niño que me servía de guía. Era el hijo de los dueños de la taberna en la que me hospedaba. Yo solo estaba de paso por Verona para ir a visitar a mis familiares en el norte, pero me encontré con dos cadáveres y ningún inspector nativo que estuviera sobrio.
—Lucio—dije mientras recogía la copa—, ¿sabes quiénes son estos muchachos?
—Sí, señor. Por supuesto, ya lo creo. ¿Quién no?
—Al grano, niño—respondí irritado.
—Julieta Capuleto y Romeo Montesco.
—¿Ricos mercaderes?
—Nobles, señor. Los Montesco y los Capuleto son las familias más antiguas de Verona, y se odian desde siempre.
—¿Y por qué?—pregunté olfateando la copa.
—Ni ellos lo saben.
El cáliz tenía un olor extraño, no era vino ni cerveza, lo cual me hizo sospechar.
—Lucio, ¿hay algún boticario en la ciudad?
—Muchos, señor—dijo el niño sonriente, creyendo que había sido de ayuda.
Suspiré, renunciando a la idea de visitar a mi familia antes de que terminase mi permiso laboral.
—Hazme un favor, lleva esta copa a todos esos boticarios y pregunta por su contenido. Si alguien actúa sospechosamente, me lo dices.
—Sí, señor. Por supuesto, claro. Ya voy.
—¡Lucio!—le reprendí.
El niño salió corriendo con la copa y pronto se perdió de mi vista. Miré a las jóvenes víctimas y pensé que alguien tendría que decírselo a sus familias. Volví a suspirar, apesadumbrado al darme cuenta de que no sabía donde vivían y acababa de separarme de mi guía.
Volví a la taberna, un antro oscuro y medio escondido entre dos altos edificios. No tenía ventanas, y la puerta rara vez se abría, lo que dejaba un fuerte olor a cera derretida y humedad, además del frío que hacía. El padre de Lucio me ayudó encantado, señalando a uno de sus clientes como criado de los Capuleto. Me senté en su mesa, y el sirviente me miró con desconfianza.
—Pietro, ¿cierto?
—Así es, ¿y usted es?
—Un extranjero que se ha visto envuelto en un problema que usted puede ayudarme a resolver—su mirada se endureció con el típico recelo de aquellos que habían sido engañados anteriormente—. Vuestra señora, Julieta Capuleto, está muerta.
El hombre alzó una ceja y me miró con desdén.
—Todo el mundo lo sabe, se la llevó una extraña enfermedad. Pobre muchacha, era tan dulce e iba a casarse con el conde Paris.
Esto levantó mis sospechas, y una hipótesis empezó a tomar forma en mi cabeza.
—¿Y qué relación tenía ella con Romeo Montesco?
—¡Ninguna! Ese ruin Montesco asesinó a mi señor Teoblado, el querido primo de Julieta. Se rumoreaba que mi señorita y ese tal Romeo se veían a escondidas. ¡Pero son calumnias!
—Y ese conde Paris… ¿está en la ciudad?
—Por supuesto, es el invitado de mis señores.
—Me gustaría hablar con ellos.
—¿Por qué?—la desconfianza del hombre había regresado.
—Porque su señora Julieta ha sido encontrada yaciendo apuñalada sobre el cuerpo inerte de Romeo Montesco.
Pietro me llevó hasta el castillo de los Capuleto, a quienes informé inmediatamente. El conde tenía una mirada oscura, que reforzó mi teoría: Julieta había fingido su muerte para escapar con Romeo, pero el conde los descubrió y dejó una copa con veneno, que seguramente bebió Romeo mientras esperaba a su amada, y cuando esta llegó, Paris la asesinó con el puñal de Romeo. Otro de los sirvientes de los Capuleto me llevó al hogar de los Montesco, quienes montaron en cólera, acusando a los Capuleto de asesinar a Romeo. Me llevó cerca de una hora convencerles para que no tomaran represalias y me dejaran investigar. Volví a la taberna, donde me esperaba Lucio con la copa.
—¡Señor, señor! Tres de los boticarios pusieron cara de asco y dijeron que no sabían lo que era, cinco me dijeron que era veneno, y uno me echó de su tienda.
Al día siguiente, fui con el niño a ver a este último boticario, el cual perdió la sonrisa en cuanto entramos.
—¿Puedo ayudarle en algo, señor?
Puse la copa encima del mostrador con un ruido sonoro y percibí el nerviosismo del hombre.
—¿Qué hay en esta copa?
El boticario se agachó y la olió, una gota de sudor le resbaló por la sien.
—Veneno—admitió.
—Este veneno ha sido utilizado en un asesinato…
—¿Asesinato?
—¡Confiese! Usted se lo vendió…—le presioné
—¿A quién mató Romeo?—preguntó haciéndose de nuevas.
—¡Al conde Paris!—exclamé y al momento me puse alerta—: Un momento, ¿qué?
—¡Yo le vendí el veneno a Romeo Montesco! Él me dijo que ya no quería vivir más sin su amada Julieta, que se iba a casar con otro.
—¡Oh!—exclamé, porque aquella revelación tumbaba las ideas que me había forjado.
Mi hipótesis se desmoronó. Romeo se había suicidado, entonces, ¿qué le pasó a Julieta?
—Señor inspector, tal vez le ayude saber que dos criados de Fray Lorenzo vinieron a por Romeo cuando recién salía de mi tienda—añadió el boticario.
—Pues sí, gracias.
Salí de allí junto con Lucio, y le pedí que me llevara a ver a ese fraile.
—¿Qué le pasó a Julieta?—murmuré por el camino.
—Bueno, si Romeo la amaba tanto como para morir porque se iba a casar con otro…—una mujer llegó corriendo hasta nosotros—…Ttal vez Julieta le amase tanto como para suicidarse al verlo muerto.
—¡Y ella lo amaba tanto —confirmó la mujer, asintiendo firmemente.
—Perdone, ¿quién es usted?—le pregunté sin dejar de caminar.
—Era la nodriza de Julieta. Escúcheme, mi niña amaba a ese Montesco. ¡Oh, Fray Lorenzo estaba tan convencido de que casándolos se acabaría la rivalidad entre las familias!
—¿Estaban casados?—pregunté sorprendido.
—Sí, desde hacía unos días. Solo nosotros cuatro lo sabíamos. Pero entonces Romeo asesinó a Teoblado, el príncipe lo desterró y comprometieron a mi niña con ese hombre. Ella estaba tan triste… Y luego estaba muerta—la mujer estalló en lágrimas.
La miré aterrado, pues nunca pude manejar a una mujer llorosa.
—Mire, inspector, Fray Lorenzo—dijo Lucio.
Un fraile se acercó a nosotros por el camino, sus ojos también contenían lágrimas.
—¿Es usted el inspector que investiga la muerte de los jóvenes Capuleto y Montesco?
—Así es.
—No puedo más con la culpa, déjeme que confiese, señor. Yo le di a Julieta un brebaje que haría que pareciera muerta. Entonces yo avisaría a Romeo para que fuera a verla al mausoleo y pudieran escaparse. ¡Pero ese tonto salió corriendo antes de que mis sirvientes le pudieran decir que estaba viva!
Al fin podría irme a casa, esto estaba resuelto. Romeo se suicidó al ver a su amada muerta, y tal como dijo Lucio, ella había hecho lo mismo al despertar y encontrarlo muerto.
Blanca Rodríguez Rodríguez (1º Bachillerato B)
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Tras observar detenidamente la escena del crimen, llegan a mi mente una serie de hipótesis sobre cómo se ha podido dar la situación:
1º: Se trata de un crimen pasional, en el que ella tras haberle sido infiel quiere hacerse justicia y asesinar a la chica que le ha traicionado, y para ello él se dirige a la capilla donde se encontraba ella en su momento de oración cada día y así acabar con su vida clavándole una daga en el corazón, lo que le llevó a rematar la suya propia para no vivir con  el sentimiento de culpabilidad por haber asesinado a quien un día fue su amor.
Más tarde, me informaron compañeros que llevarían a cabo el desvelamiento del homicidio conmigo, que la identidad de estos dos muchachos era reconocible, Romeo Montesco y Julieta Capuleto, cuyas familias eran nobles conocidos en la zona y compartían serias disputas entre sí. Lo que me lleva a la elaboración de otra posible causa del delito.
2º: Debido a los desacuerdos entre las dos familias (Capuleto, y Montesco), el dirigente de los Montesco, el padre de Romeo, ordena al chico ir en busca de Julieta y asesinarla para saciar su resentimiento hacia los Capuleto.  Pero no era suficiente con solo clavarle la daga y abandonar el lugar, tenía que verla morir para más tarde confirmárselo a su padre, entregándole un frasco que contendría su sangre, dado que por aquí se ha encontrado un frasco en el suelo que está vacío.
Me acerco al frasco poco a poco para no alterar más de lo que se alterado moviendo los cadáveres, la escena del crimen. Lo cojo, y lo primero que se me ocurre como a todo detective policial es olerlo, y efectivamente lo huelo para asegurarme de que anteriormente ha estado vacío pero mi olfato nota enseguida una bocanada de olor extraño, un olor poco corriente y cómo no, al observarlo más de cerca puedo apreciar que contiene restos de alguna sustancia.
Pongo toda mi atención en buscar alguna mancha o algo similar en el suelo de la capilla que me guíe hacia otra posible prueba, pero desgraciadamente tras buscar en cada rincón de aquel cuchitril, no encuentro nada.
Apartando por un momento todas mis suposiciones, me dispongo a ir de casa en casa de algunos conocidos de ambos.
Caminando por la calle principal de aquella cuidad, siento una presencia que me indica que alguien camina tras de mí, me giro para asegurarme pero no hay nadie, por lo tanto sigo mi camino. Aunque tenía un pálpito que me decía que alguien me seguía. Me giro de nuevo y sigue sin haber nadie, así que me olvido de esa situación tan extraña y continúo caminando hacia adelante.
Siguiendo las indicaciones de uno de mis compañeros he llegado a casa de la nodriza confidente de Julieta, ya que es muy conocida en el pueblo por tener conocimiento cada secreto que le confiaba la joven noble, cosa que es muy admirada en el pueblo, a causa de que escasea el trabajo en esta ciudad y abunda la pobreza, es decir, trabajar para un noble es todo un privilegio y más si dicho noble deposita su confianza en ti, porque eso quiere decir que si no le fallas, el trabajo ya nunca faltará en tu casa.
Llamo a la puerta previamente con la esperanza de que la chica me abra, y en efecto, entreabre la puerta con timidez ya que no conocía mi identidad.
—Me presento, soy el detective John Cameron, me gustaría poder hacerle un par de preguntas sobre un comunicado que le traigo—le comento—. ¿Podría pasar?
—Por supuesto… pase, pase. ¿Quiere tomar el señor una taza de leche caliente o un té de moras? Son frescas, esta misma mañana he ido a por ellas—me ofrece.
—Quizás un vaso de agua, por favor.
—En seguida, póngase cómodo, está en su casa—me invita a tomar asiento señalándome el taburete que se encontraba junto a la chimenea.
—Aquí  tiene. Y bien, usted dirá a qué se debe su inesperada visita.
—Tengo entendido que usted trabaja con la familia Capuleto dando servicios de nodriza a su hija Julieta. ¿No es así?
—Sí, así es,  le han informado bien—me afirma.
—Pues siento tener que comunicarle que hemos encontrado el cuerpo sin vida de Julieta esta mañana en la capilla de Fray Lorenzo y le doy mi más sentido pésame, porque también tengo constancia de la relación tan cercana que tenían.
La chica con las manos en la boca, rompe a llorar desconsoladamente cayendo al suelo desde donde estaba sentada. Esta reacción me hace descartarla como sospechosa dado que observado con lupa su actitud.
—Eso es imposible, anoche la dejé durmiendo en sus aposentos. ¿Está usted seguro de que es ella a quién han encontrado?
—No me cabe duda de que es ella, y a su lado se encontraba el cadáver de Romeo Montesco—le comento.
—¿Romeo?—me pregunta asombrada—. No tengo constancia de que Romeo y Julieta tuvieran ninguna relación cercana y menos conociendo las serias disputas que hay entre ambas familias. ¡No puede ser!—clama.
—Oiga, ¿y de qué grado de disputa estamos hablando para que toda la ciudad conozca estos hechos?
—Problemas económicos, el dinero es necesario, pero trae desgracias a quien desea despilfarrarlo—me confiesa—. Ambos padres de familias e incluso abuelos, siempre se han traído tejemanejes para ganar la competición de cuál de las familias es más rica, ya no puedo contarle más, son secretos de palacio y las paredes tienen oídos. No voy a poner en juego mi reputación y mi vida porque mi familia depende de mí.
—Le agradezco su colaboración y le prometo que encontraremos al cruel canalla que ha cometido semejante delito
—Espero que así sea detective, confío en usted, y estaré aquí por si me necesita, le repito que esta es su casa, si necesita cobijo sabe dónde encontrarme porque se nota que no es usted de aquí, ¿verdad?
—No señorita, soy de donde me llevan los casos que resuelvo, de aquí y de allá. Y le agradezco de nuevo su hospitalidad. Buenas tardes y que pase un buen día.
Vuelvo a encontrarme en el camino por el que me dirija a las respuestas, esa sensación de nuevo… Continúo caminando e inesperadamente me giro y encuentro a una pequeña niña de unos 6 o 7 años. Pelo castaño poco rizado (más bien ondulado), ojos claros casi verdosos y rostro esculpido como los ángeles.
—¿Y tú quién eres pequeña?—le pregunto, agachándome a su altura en cuclillas.
—Soy Dianora, señor—me responde.
—Y, ¿puedo preguntarte que hacías detrás de mí? ¿Te has perdido?
—No, señor… pero tengo algo que contarle…
—¿A mí?—le pregunto anonadado.
Justo en ese momento, por aquel lugar en el que nos encontrábamos pasa por nuestro lado un carruaje de caballos y dirijo la mirada hacia él, rápidamente se viene a mi mente la idea de que debe de ser de alguna de las familias. Vuelvo a mirar al frente y la niña había desaparecido. Me levanto sorprendido y perplejo por aquello que me acaba de ocurrir.
Mi instinto me dice que debo seguir al carruaje y yo, ante todo cuando debo tomar una decisión, me guio por esta brújula que me ha regalado Dios. Al llegar al lugar en el que se había detenido el coche de caballos, observo como un hombre con vestimentas que indican que es noble, baja de él. Me dirijo a él
—Buenos días, casi tardes… Me presento formalmente: soy el detective John Cameron.
—Esperaba su visita detective Cameron, soy el padre de Romeo, ha llegado a mis oídos el rumor que seguramente usted venía a comentarme, ¿no es así?—me aclara con los ojos cristalinos por las lágrimas que estaban a punto de desbordar en sus ojos—. Y le pido por Dios que lo que tenga que decirme al respecto de ello, sea que no es más que una patraña de los despreciables Capuleto.
—Siento decirle que no, y que la realidad es la que es… Romeo y Julieta han sido hallados sin vida en la capilla del Fray Lorenzo.
Tras hacerle un par de preguntas y dirigirme de nuevo a la escena del crimen para aclarar mis ideas y encontrar una nueva hipótesis sobre cómo se ha realizado el crimen, vuelvo a encontrarme con mi pequeña amiga y algo me dice que estaba esperándome, porque no se me ocurre otra idea de por qué está un niña de esa edad en la puerta de una capilla en la que se ha cometido tal fechoría y sola. Mi mente se detiene un momento y vuelve al minuto en el que esta criatura dijo que tenía algo que contarme. Corro hacia ella y se gira para recibirme.
—¡Eh, tú, pequeñaja!—le grito—. ¿Qué es eso que antes en nuestro encuentro querías contarme?
—Señor, la gente dice que vas a decirnos por qué han muerto Romeo y Julieta… y yo puedo ayudaros, porque yo lo vi.
—¿Cómo dices? Debes contármelo todo—le digo dando énfasis al <<todo>> debido  a que esta pequeña puede ser la clave del caso.
—Señor, anoche mientras volvía casa de ir mendigando un mendrugo de pan que llevarme a la boca por las ciudades, vi la luz de las velas de la capilla encendida y quise asomarme a la ventana por si había alguien que pudiera darme algo de comer, una monja, un sacerdote o el fraile. Y cuando me acerqué a la ventana vi a Romeo y  Julieta. Estaban solos en la capilla y la situación contenía tensión. Vi como Romeo sacó la daga de su vaina y se la clavó a Julieta y que el después se tomó algo de un frasco y cayó desplomado al suelo. Es todo lo que se.
—Gracias, pequeña. Y toma—le digo sacando de mi bolsillo una bolsa con monedas—. Para que tengas para comer durante un tiempo
Esta chica ha hecho que llegue a la resolución del enigma, que coincide con mis sospechas sobre el frasco.
Me dirijo al boticario de la cuidad y me confirma que ayer por la tarde Romeo llegó a su botica para recoger un pedido de su padre. Corro hacia el lugar de residencia de los Montesco y decido intervenir en su cena.
—¡Señor Montesco, es usted el causante de la muerte de Romeo y Julieta! Así que acompáñeme.
Llevo al padre de Romeo hacia una de las habitaciones de su palacio para que me cuente la verdad sobre todo esto. Y sorprendentemente confiesa. Resulta que ayer por la mañana en el desayuno de Romeo añadió a su bebida un polvo blanco que el boticario le vendió con la intención de que este polvo hiciera que Romeo acatara cualquier orden suya, y además le vendió una especie de veneno. La orden seria ir  hacia Julieta para matarla.
Pero lo que la gente no sabía es que Romeo y Julieta tenían una relación amorosa que debían romper, y por la traición de su hijo, le ordenó que más tarde bebiera el veneno para acabar con su vida.
Esto me lleva a condenar al boticario por vender algo más que medicina y al padre de Romeo, pero también a reflexionar… sobre el orgullo que es capaz de tener una persona ante cualquier cosa, incluso sobre su propio hijo.
Tamara Martín Blanco (1º Bachillerato B)
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Me resultó importante que aunque era notoria la clase social a la que pertenecía, la chica no portaba consigo ninguna joya que llamase la atención sobremanera.
Debía concentrarme; al ver los indicios hasta ahora, podía arrojar la hipótesis de que era un asesinato pasional, pero el muchacho no presentaba indicios de violencia, por lo que los cercos de búsqueda se ampliaban.
Dado que se podía relacionar el lugar a la celebración litúrgica, parecía normal encontrarme -como lo hice- una copa en el suelo, mas la cercanía a los cadáveres me alarmó. No tenía grabados ni decoraciones ostentosas como solían los cálices de las iglesias.
Un pequeño resto de cualquiera que fuese su contenido quedó en ella, por lo que con rapidez, quise llevarlo a la botica que vi llegando a este pueblo, por si alguien allí pudiese ofrecerme nueva información. Por el color que presentaba, y el hedor que desprendía aún siendo escaso su contenido, se podía adivinar que sería algún tipo de fármaco, por lo que mis conjeturas cada vez se mostraban más claras. Según mis cálculos estos señoritingos jugaron con fuego y se quemaron. Un manejo lacio de la daga y el brebaje hicieron el trabajo.
De repente entró en la estancia un individuo desconocido- como casi todo para mí en esta ciudad- de extraños ropajes y apariencia, con barba recortada, capa y zapatos raídos.
Saltaba a la vista que había hecho una reciente visita a la taberna de St. Giovanni.  Fue allí donde quisieron que fuese acompañado por el pequeño de los Gabbana; pero decliné la oferta. No quería más interrupciones en mis pesquisas.
El extraño comenzó a gritar, como si de un loco se tratase, que él los había matado, que todo era su culpa y que debía morir, pagando así su castigo. La desesperación ensu mirada y el claro desengaño de los que se saben en la verdad hizo que creyese por un momento las palabras de ese individuo.
Intenté acercarme lentamente, sin hacer nada que pudiese desorientarlo, ya que de ser cierto su argumento, regresaría a mi ciudad más pronto de lo esperado, y mi cuerpo ya quebrantado por el tiempo, también añoraba la rutina de mi hogar.
Conforme más me acercaba, más me parecía haber visto antes al sujeto. Y como último acto consciente, el ser desconocido se hirió a sí mismo con fiereza, con una daga dorada que al tiempo me di cuenta que portaba.
Al caer derrumbado al suelo, su mano soltó una nota que rezaba una sola frase: Mi nombre es Amor.
María Ruiz García (1º Bachillerato B)
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No sabemos cómo exactamente se produjo el crimen, pero todas las hipótesis nos llevan a que, quien lo cometió, lo tenía pensando desde hace mucho tiempo y además, era de la familia. Ya que era bastante raro que alguien de la ciudad no supiera que las familias de ambos estaban enfrentadas.
¿Quién no se llevaba bien con Romeo? ¿Y con Julieta? ¿Había habido un enfrentamiento entre las familias y por ello incluso hubo muerte? ¿Fueron ellos mismos los culpables de su propia muerte?  Son muchas las preguntas y pocas las respuestas. ¡Empecemos a investigar!
Verona, viernes por la mañana, nos dirigimos hacia la capilla donde habían ocurrido los acontecimientos. Comenzamos a buscar por aquella capilla, en la que solo encontramos una daga y una botella que contenía un poco de producto, posiblemente por su olor y aspecto, era veneno o alcohol. Rápidamente cogimos todas las pistas que encontramos, que hasta ahora eran pocas y nos dirigimos al estudio.
Prueba tras pruebas, descubrimos que efectivamente era veneno. Pero necesitábamos más pruebas y poco después, nos reunimos con las familias de ambos para que aportaran más datos.
La familia Capuleto nos contó cómo Julieta visitaba mucho al cura de la ciudad. Este señor, cabe comentar, que estaba fichado por tener antecedentes de vender brebajes, pero no un brebaje cualquiera, uno que provocaba un sueño profundo. ¿Julieta compraría de este brebaje?
Un miembro de la familia Montesco se levanta y dice con un volumen muy alto:
—¡Romeo no es el culpable de la muerte de Julieta! ¿De qué habláis si Romeo no paraba de soñar con la joven Rosalinda?
No dio tiempo a terminar la frase cuando un miembro de la familia Capuleto interrumpe.
—¡Nadie ha dicho que Romeo sea el culpable, Romeo amaba a Julieta, se enamoraron a primera vista en la fiesta!
¿Porque la familia Montesco saltó con ese tema si en ninguno momento venía al caso? Quizás Romeo mato a Julieta, se arrepintió después y se suicidó, tal vez la familia lo quería cubrir de tal manera que antes de que le atacaran con ello, querían defenderse.
Dándole vueltas a las hipótesis que teníamos veo como a mi ayudante se le cae de la mano el café que tomaba en ese momento, y muy asombrado me llama. Me cuenta que un vecino que vivía al lado de Romeo de forma anónima le narra cómo vio a Romeo matar a un primo de Julieta, Teobaldo.
¿Sería Romeo el culpable de la muerte de Julieta? Todas las hipótesis nos llevan hacia él.
La familia Montesco al enterarse de que todas las hipótesis nos llevaban hacia él, acudió rápidamente a comisaría a contarnos cómo encontraron una nota firmada por Julieta que decía que no quería vivir sin su amado Romeo, no sabemos por qué nos contaron esto, ni mucho menos lo que pretendían con ello.
¿Sera que después de casarse y vivir juntos, la presión de la rivalidad entre las familias, la pareja haya elegido el suicidio antes que vivir separados?
El cura es interrogado también. A este le costó mucho decir la verdad, puesto que ya tenía antecedentes y se jugaba la libertad. Finalmente, nos aseguró que Julieta le compró de esa bebida y que acto seguido él se lo conto a Romeo.
Mi ayudante me manifiesta otra hipótesis; Nadie los mató a ellos, se mataron por equivocación, ya que sabemos con certeza que Julieta compró la bebida del sueño y el cura se lo contó a Romeo. Finalmente, llegamos a una conclusión, Julieta no aparece muerta, aparece dormida, y al ver Romeo a Julieta, lo interpreta mal y se suicida, bebiendo de la botella que hemos mencionado anteriormente que contenía veneno. Tras la carta que dejó Julieta, nos lleva a que esta también se suicida bebiendo de ese veneno.
Alba Brenes Sánchez (1º Bachillerato B)
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Me aproximé al sepulcro que estaba abierto, donde se hallaban los dos cuerpos y pude observar que las comisuras de los labios de aquel muchacho estaban humedecidas. Me acerqué parar poder coger una muestra y empecé a examinarla tratando de descifrar qué era por su olor.
Pude notar que al final de la extremidad de su brazo se hallaba una copa tirada, cuyo olor coincidía con el mismo que segundos antes pude oler en su boca. Al comprobar que aquel joven no tenía señal, ni marcas de haber recibido golpes, me acerqué al cadáver de la joven de cabellos rubios y lo aparté porque estaba encima del cuerpo del varón.
Comprobé que la sangre provenía del pecho de la joven, el cual estaba atravesado por una daga que probablemente sería de su acompañante. Antes de crearme cualquier hipótesis, empecé a investigar por mi cuenta a los habitantes más cercanos de aquel lugar, que tuviera alguna relación con aquellos jóvenes. Empecé mi investigación preguntando al sacerdote de aquella capilla por sus vínculos con los muchachos y me dijo que un día antes ofició su boda en secreto, sin que sus familias lo supiera, por las disputas entre las mismas. Me informó de que él se llamaba Romeo y pertenecía a la familia de los Montesco y ella se llamaba Julieta y pertenecía a la familia de los Capuleto.
Al ver que  no obtendría más información por parte de le sacerdote, recordé la copa que estaba junto al cadáver de ese tal Romeo en el sepulcro, por lo cual fui a conocer al boticario de la ciudad. Me confirmó que las familias de lo chico estaban enfrentadas por ser la más poderosa de Verona y las que tuvieran más influencias. Me contó que la joven Julieta fue a visitarlo porque quería que le fabricase un narcótico para ello dio como motivo que quería finalizar con la vida de uno de sus caballos, el cual se encontraba con una enfermedad muy dolorosa.
Tras varios días de investigación y de escuchar la información que me dieron varias personas de este pueblo sobre la muerte de los dos adolescentes, llegó el turno de escuchar los argumentos de las dos familias.
Los Montesco me confirmaron que su único hijo estaba enamorado de la hija menor de los Capuleto; que él estaba dispuesto a casarse con ella para acabar con los enfrentamientos que lo mantenían separado de la persona amada y con ello sellar la paz entre ambas familias.
Por otra parte, los Capuleto me acogieron en su casa y me hablaron sobre la relación de su hija con el hijo de los Montesco. Mientras hablamos me presentaron al príncipe París del cual había escuchado hablar por las calles de Verona. Entonce me pregunte: si el príncipe iba a hacer el prometido de  Julieta ¿de que sirvió que este desterrara a Romeo, si él es el que tiene mayor autoridad? Tal vez lo único que quería era proteger a Romeo de los Capuleto.
Estos hechos me hicieron pensar en el motivo que dio lugar a dicho crimen. Por este motivo abrí la diligencia por la sospecha de un posible asesinato por las muestras halladas en la copa que estaba en la capilla y pude deducir que la hija menor de los Capuleto estaba en complot con su padre para acabar con la vida del hijo de los Montesco y hacer que estos sufrieran el mismo dolor que sintió su familia con la muerte de su primo Teobaldo.
Tras esa información decidí visitar los establos del castillo, porque seguía habiendo algo no me encajaba. ¿Por qué iría Julieta a pedir aquel brebaje? Aunque no es un tema en el cual yo esté especializado, que yo supiera, tendría que ser el adiestrador de los caballos o algunos de los sirvientes el que me ayudara a descubrir la duda que me perturbaba la cabeza. Al llegar a aquel lugar me encontré con un hombre de mediana edad, pelo castaño y ojos oscuros, cepillando a un hermoso caballo de tonos blancos y grises. Me acerqué a él y tras saludarle como es debido le pregunté si en estos últimos días había tenido que acabar con la vida de uno de los caballos de la joven Julieta. Tras lo cual recibí una respuesta que me dejó sorprendido, pues recibí una negativa. Mi hipótesis sobre el veneno ya estaba resuelta: ella pidió al boticario el veneno para acabar con la vida del primogénito de los Montesco. Pero algo seguía quedando suelto: ¿Quién acabo con la vida de Julieta? Así que no me quedo más remedio que volver al lugar de los hechos.
Supongo que ella citó a su amado en aquella capilla con la ayuda de Fray Lorenzo, haciéndole creer que se iban a fugar juntos, he allí donde ella le dio de tomar aquella copa que llevaba la sustancia que días antes encargó al boticario. Romeo, al tomárselo, sentiría poco a poco su respiración entrecortada y su vista comenzaría a nublarse tras un fuerte dolor en el abdomen, lo cual lo habría dejado paralizado. Ella trato de salir a toda prisa de allí una vez cumplido su propósito, pero fue en ese instante cuando alguien le atravesó el pecho con una daga de 15 centímetros, dejándola caer sobre el cuerpo de quien era su amado. Tras esa escena esa persona que asesinó a Julieta fue la misma que dejó las huellas manchadas de sangre en las baldosas de la capilla, saliendo minutos después de ahí apagando los cirios que iluminaba aquella escena.
La única persona que estaba en ese momento allí era cómplice de Julieta, por lo cual no podía ser otra persona, más que Fray Lorenzo, el asesino de Julieta. Me hace deducir esto que él fuera el único que sabía del propósito de aquella cita en su capilla, en ese momento le señalé con el dedo acusándolo de homicidio.
—Sé exactamente que Julieta vino a verle por última vez antes de su muerte—le dije acercándome poco a poco—, y usted sabía que una vez ella hubiera cumplido con su venganza, quedaría usted expuesto a que en cualquier momento lo delatara y para evitar eso, acabó con la vida de ella atravesándole el pecho con una daga—seguí reconstruyendo los hechos y continué—: una vez los dos cuerpos sin vida, hizo usted un montaje, haciendo desaparecer la daga de la vaina del muchacho para poder hacer creer que la que atravesó el cuerpo de la muchacha fue la de Romeo y no la suya. ¿No es así, Fray Lorenzo?
En ese momento el fraile intento escapar de mí, pero no tenía salida, pues toda la capilla estaba rodeada por las autoridades de Verona, no tuvieron más remedio que prenderlo y el clérigo admitir que él era el conspirador y el asesino de Julieta.
Jesús Almanza Romero (1º Bachillerato A)
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A unos centímetros del cadáver del muchacho se hallaba una copa. Esta copa contenía aún algunas gotas de la sustancia que uno de los dos había tomado. Posiblemente se trataba de veneno.
Horas después de analizar huellas y pistas que me llevaran a alguna posible certeza, me dirigí a interrogar a la última persona con la que estuvieron en contacto las víctimas, un boticario que  presuntamente compuso el veneno tóxico que dio la trágica muerte al muchacho. Y en efecto este hombre, de unos treinta años aproximadamente, declaró que él fue quien preparó el veneno: Le pregunté sobre los nombres de los muchacho y contestó que se trataba de Julieta Capuleto y Romeo Montesco. A partir de ese momento empecé a plantearme varias preguntas: ¿Por qué ellos dos se encontraban en una capilla a las afueras y no en otro lugar? ¿Qué relación los unía? ¿A qué se debían sus muertes?
Hablando con la gente del pueblo, aseguraban que ambas familias eran muy estrictas y que si los dos muchachos pensaban huir juntos y eran encontrados iban a ser extremadamente castigados. Además también me confirmaron que había conflictos entre ambas familias, debido a rivalidades entre sus antepasados.
Días más tarde, recordando los hechos, repasando la imagen de la escena del crimen, antes de entrar en la capilla, recuerdo ver a un hombre de unos treinta y dos años aproximadamente, de tez blanca y de cabello oscuro. ¿Podría ser un posible asesino de los muchachos?
Quizás engañó al joven con la copa de veneno haciéndole creer que era una bebida agradable, Romeo cayó al suelo y tras unos minutos después llegó Julieta, al ver esa situación el hombre la mató con una daga para que no quedaran testigos de ese asesinato.
Entonces, volví de nuevo a la capilla que se encontraba a las afueras de la ciudad de Verona, fue por casualidad que volví a encontrarme con aquel hombre.
—¡Perdone! Me llamo Aurelio y estoy llevando a cabo la investigación del asesinato de Romeo Montesco y Julieta Capuleto. No vivo en Verona, por lo cual no tengo ni la más mínima información de los cadáveres.
—Buenas tardes. Yo soy un humilde pastor. Me llamo Francesco. Aquel día solamente pasé buscando un chivo que se me perdió estando pastando mis cabras.
—¿Y sabe usted algo?
—Yo sólo sé de lo que todo el mundo habla: que sus familias llevan muchos años enfrentados, aunque mi mujer, que ha sido toda la vida sirvienta de la familia Capuleto y estuvo cuidando de la chiquilla desde su nacimiento, me comentó que los muchachos tenían un romance y me contó que se veían a escondidas.
Al escuchar aquella declaración, descarté la posibilidad de que una tercera persona hubiera podido matar a los chicos, por lo tanto, le di las gracias y continué mi investigación.
Ahora me planteé unas nuevas hipótesis: la primera era que posiblemente podría ser que el chico al ver que su amada se había suicidado clavándose una daga en el pecho, tomó una copa de veneno, pero si él no sabía que se iba a suicidar. ¿Cómo obtuvo el veneno? Deberían haber planeado su muerte.
La segunda hipótesis consistía en la idea de que quizás primero él le clavó la daga y, sintiéndose culpable, tomó el veneno.
Por último reconstruyendo los hechos, recordé que el cuerpo de Julieta se encontraba sobre el cuerpo de Romeo. Todo encajaba. En primer lugar, Romeo tomó la copa con veneno y posteriormente ella se clavó la daga dejando caer su cuerpo sobre la primera víctima.
Tras pasar varios días y noches intentando conectar todos los detalles e informaciones recibidas desde aquel día, pude escribir un informe exacto sobre lo ocurrido.
Los jóvenes querían huir para disfrutar de su amor sin que sus familias pudieran influir. Ambos lo abandonaron todo, renunciaron de su vida por amor.
María Lobato Bellido (1º Bachillerato B)
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Toda la sangre que cubría los cuerpos procedía de una herida profunda en el pecho de la muchacha. Al ver esta situación, se podría deducir que él la había asesinado. Pero, no podía quedárseme atrás que de la mano de él se desprendía un frasco del que parecía proceder por su olor una especie de veneno. Dicho esto, se me planteaba la posibilidad de que ella lo hubiera envenenado, pero entonces, ¿quién clavó la daga en el pecho de Julieta?
No me quedaba más remedio que comenzar una investigación acerca de los familiares y amigos de las víctimas. En primer lugar, por lo que me comentaban mis compañeros, ambos procedían de familias diferentes, por lo tanto no tenían ningún parentesco. Ella pertenecía a los Capuleto y él a los Montesco. En esta ciudad, todos saben acerca de estas familias, son conocidas por su enfrentamiento, por lo cual es algo inaudito el encontrarnos a los hijos de los patriarcas juntos. Aún me quedaba mucho para llegar a la verdadera hipótesis, nada cuadraba en aquel momento, así que vi oportuno realizarles una serie de preguntas a las personas más cercanas a ellos.
Primero me dirigí hacia donde viven los Capuleto, cerca de la piazza delle Erbe. Cuando llegué al lugar vi que me encontraba ante un palacio señorial de origen medieval, con un balcón muy atractivo en la fachada principal. Llamé a la puerta y me abrió un señor que parecía ser criado.
—Buenas tardes, ¿se encuentra aquí el señor o la señora Capuleto?—pregunté yo.
—Buenas, ¿quién es usted? ¿Qué quiere?—dijo el criado.
—Formo parte de la investigación sobre la muerte de vuestra querida Julieta y me interesaría poder hacerle una serie de preguntas a los señores.
—Espérese aquí, ahora salen—dijo cerrando la puerta.
El criado apareció abriéndome la puerta y cerrándola con un portazo y a los pocos segundos llegó el señor Capuleto.
—Hola, ¿qué es lo que quiere?—me preguntó con brusquedad como antes el criado.
—Hola, señor. Vengo para realizarle un cuestionario sobre su hija, para poder conocer la causa de su muerte—dije sin ambages.
—¡Nadie debe saber nada sobre mi querida hija! ¡Ya nadie podrá solucionar nada!--exclamó enfadado el patriarca de los Capuleto invitándome a que me fuera y empezando a cerrar la puerta.
—Por favor, señor—le supliqué tratando de que no llegara a cerrarla—. ¿No quiere saber el porqué de que mataran a su hija?
—Sí quiero saber sobre ello, pero no quiero ni imaginar lo que podría llegar a hacer si llega a mis oídos que la culpa de todo esto la tiene alguno de esos Montesco—reflexionó  y volvió a abrir la puerta.
—¿Me diría usted qué relación tenía su hija con Romeo Montesco?
—Ella lo amaba, pero yo no iba a dejar que mi hija tuviera la más mínima relación con alguien perteneciente a esa familia. No la dejaba que lo viera, aun la amenazaba con enfrentarme con él si escuchaba que alguien los había visto juntos—dijo el señor con tono agresivo.
—¿Hacía cuánto de que no veía usted a su hija?
—Algo así como tres horas antes de que sucediera lo ocurrido...
—¿Le dijo adónde iba?—le pregunté
—No, no fue ella la que salió de casa. Los que salimos fuimos mi esposa y yo, y cuando volvimos ya no estaba.
—¿Solía escaparse de casa mucho?
—No, nunca lo hacía—aseveró con mucha seguridad en lo que decía.
—Una última cuestión señor, ¿sabría decirme quién era el o la mayor confidente de Julieta?
—Yo no tenía mucha relación con ella...—admitió rompiendo a llorar—…si queréis podéis hablar con su nodriza, puede saber más que yo.
—Sí, señor. Muchas gracias—me despedí.
—Las gracias a usted por investigar el caso—dijo el patriarca de los Capuleto al que la emoción lo había ablandado—. Ahora mismo sale la muchacha. Adiós.
            La nodriza apareció en el vestíbulo con su falda de tafetán frunciéndose sobre el enlosado.
—Buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ayudarle?
—Soy el investigador que lleva el caso de Julieta. ¿Podría responderme algunas preguntas sobre ella?
—Sí, sí, claro...—dijo con cortesía, pero muy nerviosa.
—¿Cuándo fue la última vez que la viste antes del suceso?
—No sé... por la mañana, es decir, unas diez u once horas antes.
—¿Le dijo hacia dónde iba?
—Sí. Me dijo que iba a ver a Romeo para celebrar la noticia de su boda.
—¿Alguien pudo escucharlo?
—No sé…—titubeó—. Estábamos en la habitación del señor Capuleto, pero no creo que se enterara...—vaciló.
—¿Qué sabe acerca de la relación?
—Ella lo amaba... Pero su amor era imposible por el enfrentamiento entre sus familias, él también parecía estar enamorado de ella por todo lo que me contaba Julieta—me explicó.
—Muchas gracias. No me hace falta nada más. Adiós.
Cuando oí eso me fui de aquel lugar rápidamente. No me hacía falta nada más para saber la causa de la muerte: el señor Capuleto parecía ser el causante de la muerte de Romeo, ya que podría haberlo envenenado sabiendo que iba a verlo por escucharlo a oídos de Julieta al contárselo a su nodriza. Julieta al estar profundamente enamorada de Romeo, al ver que él cayó muerto ante ella, le cogió la daga que poseía y se la clavó ella misma cayendo sobre él.
Belinda Rasero Velasco (1º Bachillerato B)
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Me habían destinado a Verona como investigador del asesinato de dos personas. Al llegar, acudí al lugar de los hechos con mi superior. Nada más entrar en una oscura capilla en la que se encontraban dos cuerpos jóvenes sin vida, la primera hipótesis en la que pensé fue que podrían haber fallecido por una pelea entre ambos.
Al salir de allí lo primero que hice fue averiguar todo lo referente a sus familias, así que me dirigí a hablar con el párroco por si había visto algo de lo ocurrido en la parroquia. Al hablar con el cura me enteré que ambas familias eran muy conocidas en Verona y que pertenecían a la clase social alta. Después de nuestra conversación fui a descansar a la posada donde me alojaría durante mi investigación.
A la mañana siguiente nada más desayunar, me reuní con mi compañero de investigación Giovanni, que me ayudaría a resolver este hecho. En primer lugar fuimos a hablar con la familia de la joven llamada Julieta Capuleto. Una vez llegados a su morada, nos paramos frente a la gran casa familiar y aparentemente acogedora desde fuera. Una vez dentro nos recibió el señor y la señora Capuleto que nos invitaron a sentarnos y le empezamos a preguntarles por su hija, de la que nos contaron que era muy buena, hasta que apareció Romeo, el hijo de los Montesco, al que no veían con buenos ojos para ella, por la mala relación con su familia. Nos dijeron que su hija falleció días antes porque estaba enferma y que no se explicaban lo ocurrido. Ante esto nos quedamos atónitos mi compañero Giovanni y yo. Ya teníamos para poder empezar a investigar, aunque antes iríamos a comer y después a hablar con los Montesco para saber su versión de lo ocurrido.
Una vez en la cantina se nos unió nuestro superior para comer y aprovechamos para contarle lo ocurrido con los Capuleto, a lo que nos dijo que no sacásemos hipótesis hasta hablar con ambas familias. Una vez terminados, fuimos hacia la gran casa de los Montesco, en la que nos recibió Baltasar, sirviente y amigo de Romeo, que nos hizo pasar a un gran salón en el que nos esperaba el señor Montesco, padre de Romeo. Le pregunté por lo sucedido con su hijo y nos dijo que él no estaba ese día en casa, pero que estuvo con Baltasar toda la tarde, así que decidimos interrogarle para ver que sabía el sirviente. Al principio le costó hablarnos, pero nos contó que Romeo quería escapar con Julieta para poder estar juntos. Nos sonó poco convincente su relato porque algo sabíamos que nos estaba ocultando.
Aquí ya tenía mi primera hipótesis que era la siguiente: Romeo y Julieta querían escapar, pero él, al enterarse que esta falleció, le pidió a su amigo que le matase y este le hizo caso. Por lo tanto, Baltasar sería mi primer sospechoso. Después de salir de la casa de los Montesco, me fui a descansar a la posada.
A la mañana siguiente, cuando me puse en marcha para trabajar me encontré con el camarero de la cantina que me contó que Romeo llegó allí preguntando por un boticario y que este se fue corriendo. Esta información desmontaba mi teoría inicial, así que no me quedaba más remedio que preguntarle al camarero dónde podría estar el boticario. Me dio su dirección, situada a las afueras de la ciudad, en ese momento me puse en marcha para dirigirme a hablar con el boticario.
Al llegar toqué el timbre de la puerta y me abrió un hombre de aspecto simpático al que le pregunté si era Antonio el boticario. Al recibir respuesta afirmativa, le empecé a preguntar por Romeo y a este le cambió la cara, se empezó a poner nervioso y yo al notarlo, intenté tranquilizarlo y le di agua de mi botella. Se consiguió calmar y empezó a contarme que recibió Romeo desesperado y que le pidió veneno para matar ratas. Al contarme esto ya todo me encajaba: Romeo se suicidó creyendo que Julieta había fallecido, y Julieta al verlo yaciente, se clavó el puñal en el pecho. Ya había resuelto mi primer caso.
Miriam Ortén Cruz (1º Bachillerato B)
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Al lado de los dos cuerpos había caído una daga de unos quince centímetros, que debía pertenecer al muchacho, pues su vaina estaba desnuda y que seguramente había sido el arma que produjo la sangre. Al otro lado del chico advertí un líquido que provenía de un frasco cuyo color era negro y de olor fuerte, y que manaba también de los labios del chico. Eso lo pude deducir por su sequedad  y porque coincidía con  el olor. Separé los dos cuerpos y la sangre que los envolvía procedía solo del de la chica, cuya herida en el pecho lo confirmaba.
Después de observarlos durante un buen rato salí de la capilla y me encontré con el sacerdote y le pregunté si conocía algo de lo ocurrido, pero me dijo que él solo se confesaba ante Dios, no ante un simple extranjero. Pero sí me dijo dónde encontrar a los familiares de los dos difuntos, cuyos cuerpos habíamos encontrado, pues sus nombres eran Julieta Capuleto y Romeo Montesco. Así que me conduje a ello.
Encontré la casa de los padres de la joven y le expliqué la situación. Ellos me contaron que su hija era muy feliz y que se iba a casar con el Conde Paris este mismo día. Después le pregunté sobre la última persona a quién vio su hija y ellos me respondieron que fue el sacerdote de la iglesia, ya que fue a confesarse para su casamiento. La verdad es que no hallé mucho, así que ahora me conduje a la casa del chico.
Una vez allí, les expliqué también la situación y sobre lo ocurrido con su hijo durante estos últimos días, ellos me comentaron que era un chico normal y feliz. Les pregunté sobre cuál fue la última persona que lo vio y me contestaron que fue su hermano. Terminado esto me conduje hacia su hermano Benvolio,  el cual me dijo que se lo encontró llegando a la iglesia para hablar con el sacerdote. En ese momento comprendí que el sacerdote tenía mucho que ocultar y que estaba metido en la situación.
De camino a casa me pare en el mercado del pueblo para así hallar más información, ya que los habitantes murmurarían sobre lo ocurrido. Y tenía razón: escuché a un vendedor que se había cometido un enfrentamiento entre los Capuleto y los Montesco.
Como no podía solo con la situación le pedí ayuda a mi amigo Robert Parkinson para que se hiciera pasar por un habitante del pueblo de Verona, y así fue. Tras varios días de investigación me informé de lo sucedido días antes. Hubo un enfrentamiento entre Mercuccio, amigo de Romeo Montesco y muy buen espadachín con Teobaldo, primo de Julieta Capuleto. Sobre la muerte de Teobaldo no he hallado nada aún.
Al día siguiente fui a ver a la nodriza de la chica, la cual me dijo con cautela que su preciosa niña y Romeo  se encontraban  a escondidas porque se amaban muchísimo y que la muerte de su primo Teobaldo a manos de él, le hizo mucho daño. He aquí mi primera hipótesis: la chica llena de odio por la muerte de su primo, citó a Romeo para asesinarlo en un lugar poco escandaloso e íntimo —queda claro que Romeo lo mató por vengar la muerte de su amigo—. Y de ahí la iglesia. Ahora bien, ¿y el veneno?
Me recorrí todas las calles donde pudiera encontrarse un boticario, hasta que encontré al indicado y acertado. Se llamaba Joshy y era un apasionado de la ciencia y de la química en particular, por lo que estaba probando medicamentos o bien frascos de diferentes sustancias. En este caso el frasco contenía veneno, pero él no sabía qué efecto podría tener y para comprobarlo se lo vendió a un mandado de los Capuleto. Me imagino que sería por Julieta o algún familiar para que ella se lo diera. Mi hipótesis era: Julieta había citado a Romeo para matarlo, ella le introdujo el veneno en una copa y al ver que se sentía raro y sin respiración, le clavó su daga en el pecho y ella cayó encima de él. Alguien entró en el recinto, vio el crimen cometido y salió a pedir ayuda. Eso lo deduzco lo de las huellas encontradas. Y otras de mis hipótesis intermedias es exactamente igual que la primera, pero admitiendo que a él no le hubiera dado tiempo de asesinarla, sino que alguien le hubiera clavado la daga por la espalda y la hubiera puesto en la posición encontrada para que así creyeran que fue Romeo y quedar exonerado de culpas. Con esa persona me refiero al sacerdote, ya que debe de tener una influencia mayor de lo que oculta y por eso no me da información: para que no lo declaren culpable, ya que los sacerdotes deben ser personas a seguir e imitar. 
María Almanza Romero (1º Bachillerato A)
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Me conocen como detective Rousseau y yo especialmente me interesé en seguir investigando este caso y descubrir qué o quién acabó con la vida de estos jóvenes. Después de un rato observando aquella horrible imagen, llamó mi atención que algo brillaba junto a los dos cadáveres, resultó ser un valioso frasco de cristal decorado con oro y pequeñas piedras de colores, el  cual se encontraba totalmente vacío. Exactamente junto a la mano ensangrentada  de la joven, lo que me hizo deducir que había ingerido alguna sustancia que contenía aquel precioso frasco, cogí mi pañuelo del bolsillo y me hice con el pequeño objeto. Analizando la escena de la tragedia  me percaté  de trozos de cristales en el suelo procedentes de la cristalera rota, lo cual me hizo pensar que fue fracturada desde el exterior.
De pronto sentí como una suave brisa rozaba mi cara y pude culpar al viento de que los cirios se encontraran apagados. Siguiendo estos indicios volví a analizar los cuerpos sin vida. El chico presentaba una rasgadura en la manga de su casaca, por lo que sospeché que era el autor del destrozo del rosetón para poder acceder al recinto. En el momento en el que estaba más abstraído en mis convicciones, una voz rompía el silencio de aquel sagrado lugar pronunciando mi nombre. Se trataba de Patrick Smith, mi querido ayudante,  que venía a comunicarme toda la información que había recopilado entre los vecinos del recinto, algunos decían que no habían visto nada ese día, pero que aquel atractivo muchacho, perteneciente a la familia de los Capuleto, deambulaba por aquí hacía ya unos cuantos días. La familia de esta preciosa muchacha y los Capuleto siempre habían tenido una enemistad. Diferentes vecinos dijeron haber escuchado algunos ruidos y lamentos. Pedí a mi ayudante, Smith, que me ayudara a mover lo justo aquellos cuerpos para poder observarlos con atención. Contemplándolos con esmero nos percatamos de que ella no tenía ninguna herida, con lo cual toda la sangre que los empapaba procedía de él.
Es evidente que ella había perdido la vida a causa de la sustancia mortífera que contenía aquel pequeño frasco. Solo me queda deducir el por qué. De momento, este conjunto de señales me llevó a pensar que ella fue la persona que acabó con la vida del mozo. Esta historia no tiene ningún sentido porque si ella quería arrebatar la vida del joven ¿Por qué tuvo la necesidad de arrebatar la suya? Decidí meditar durante toda la noche lo que realmente había ocurrido aquel trágico día.
Logré recopilar bastante información sobre cada familia y averiguar el motivo por el cual aquel joven callejeaba por aquel cerco. Al siguiente día continué con mi investigación y me encaminé a buscar rastros por sus viviendas, dando vueltas y más vueltas, mirando de rincón en rincón, logré encontrar en el fondo de un pequeño pero profundo cajón una compilación de escritos donde pude leer que eran declaraciones de amor, de un amor imposible, ya que sus familias nunca aceptarían ese romance.
Para concluir con esta perseverante búsqueda, logré alcanzar una conclusión lógica. Se trataba de una historia de amor, un amor imposible debido a la enemistad entre sus familias. Al percatarse de que no podían llegar a pasar una vida juntos pues acabaron con sus vidas de una forma injusta. Él se atravesó con la doga y ella consumió aquella sustancia que el pequeño frasco, lo que la intoxicó y la llevó a la muerte.
Ángela Ramírez Guijo (1º Bachillerato B)
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Tras recibir una llamada importante por cuestiones de trabajo tal día como hoy me dirijo hacia la preciosa ciudad de Verona para investigar un caso que se me ha otorgado. Después de llegar a la ciudad, rápidamente me reuní con mis compañeros de oficio para ir al lugar donde ocurrieron los hechos. Mis compañeros y yo aún no sabemos con claridad lo que sucedió ese día, pero todo parece indicar que la joven (de nombre Julieta Capuleto) fue envenenada con alguna sustancia (no identificada), mientras que el joven (Romeo Montesco) se quitó la vida con su propia daga.
Tras realizar una investigación, fuentes cercanas a ambas familias afirmaron que estaban enfrentadas, lo cual me lleva a deducir varias hipótesis: la primera es que estos jóvenes estaban enamorados y por el enfrentamiento de sus familias jamás podrían tener una relación. Tal vez, se sintieron agobiados y decidieron acabar con su vida y a la vez con su historia de amor, que nunca tendría un final feliz; La segunda hipótesis es que estos jóvenes decidieron escapar para comenzar una nueva vida lejos de sus familias pero algo o alguien se interpuso en su camino (el que podría ser el prometido de Julieta), y ambos combatieron por el amor de Julieta, Romeo fue el perdedor y lo pago con su vida, Julieta no pudo soportar el dolor de perder a su amado y se quito la vida.
Finalmente, el Conde Paris me contó cómo sucedieron los hechos, y efectivamente mi segunda tesis era cierta.
Lorena Valle Jiménez (1º Bachillerato B)

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